RACISMO SEXISMO EPISTÉMICO. RAMÓN GROSFOGUEL

Este artículo está inspirado en la crítica de Enrique Dussel a la filosofía cartesiana y en su trabajo histórico mundial acerca de la conquista del continente americano en el largo siglo XVI. El largo siglo XVI es la formulación del historiador francés Fernand Braudel, que ha influenciado la obra del académico del sistema-mundo Immanuel Wallerstein (1974).

Se refiere a los doscientos años que abarcan el periodo entre 1450 y 1650.

El tema central de este artículo es fundamentalmente el surgimiento de las estructuras de conocimiento modernas/ coloniales como epistemología fundacional de las universidades occidentalizadas y sus implicaciones para la descolonización del conocimiento.

Las principales preguntas que se abordan, basadas en los análisis hechos por Boaventura de Sousa Santos, son las siguientes: ¿Cómo es posible que el canon de pensamiento en todas las disciplinas de las ciencias humanas (ciencias sociales y humanidades) en la universidad occidentalizada (Grosfoguel, 2012) se base en el conocimiento producido por unos cuantos hombres de cinco países de Europa occidental (Italia, Francia, Inglaterra, Alemania y los EE.UU.)? ¿Cómo es posible que los hombres de estos cinco países alcanzaran tal privilegio epistémico hasta el punto de que hoy en día se considere su conocimiento superior al del resto del mundo? ¿Cómo lograron monopolizar la autoridad del conocimiento en el mundo? ¿Por qué lo que hoy conocemos como teoría social, histórica, filosófica o crítica se basa en la experiencia socio-histórica y la visión del mundo de hombres de estos cinco países? ¿Cómo es que en el siglo XXI con tanta diversidad epistémica en el mundo, estemos todavía anclados en estructuras epistémicas tan provinciales?

Si la teoría surge de conceptualizaciones basadas en experiencias y sensibilidades socio-históricas concretas, así como de la concepción de mundo desde espacios y cuerpos sociales particulares, entonces las teorías científicas sociales o cualquier teoría limitada a la experiencia y la visión del mundo de hombres de sólo cinco países son provincianas. Se supone que sus teorías son suficientes para explicar las realidades histórico-sociales del resto del mundo.

La otra cara de este privilegio epistémico es la inferioridad epistémica. El privilegio epistémico y la inferioridad epistémica son dos caras de la misma moneda. La moneda se llama racismo/sexismo epistémico (Grosfoguel, 2012), donde una cara se considera superior y la otra inferior.

En las universidades occidentalizadas, el conocimiento producido por epistemologías, cosmologías y visiones del mundo «otras» o desde geopolíticas y corpo-políticas del conocimiento de diferentes regiones del mundo consideradas como «no-occidentales» con sus diversas dimensiones espacio/temporales se consideran «inferiores» en relación con el conocimiento «superior» producido por los hombres occidentales de cinco países que conforman el canon de pensamiento en las humanidades y las ciencias sociales.

El conocimiento producido a partir de las experiencias histórico-sociales y las concepciones de mundo del Sur global, también conocido como el mundo «no-Occidental», se consideran inferiores y son segregadas en forma de «apartheid epistémico» (Rabaka, 2010) del canon de pensamiento de las disciplinas de la universidad occidentalizada. Más aún, el conocimiento producido por las mujeres (occidentales y no occidentales) también es inferiorizado y marginado del canon de pensamiento. Las estructuras de conocimiento fundacionales de la universidad occidentalizada son epistémicamente racistas y sexistas al mismo tiempo. ¿Cuáles son los procesos históricos mundiales que produjeron estructuras de conocimiento fundadas en el racismo/sexismo epistémico?

Filosofía cartesiana. RAMÓN GROSFOGUEL
Se supone que la filosofía moderna fue fundada por René Descartes (2013). Digo «se supone», porque como lo ha demostrado Enrique Dussel (2008) en su ensayo Meditaciones anticartesianas, Descartes se vio muy influenciado por los filósofos cristianos de la conquista española del continente americano. Su frase más célebre: «yo pienso, luego existo» constituye un nuevo fundamento del conocimiento que desafió la autoridad del conocimiento de la cristiandad desde que el imperio romano se hizo cristiano con Constantino en el siglo IV. Obsérvese que hago una distinción entre cristiandad y cristianismo. La cristiandad es una tradición espiritual/religiosa; el cristianismo es cuando la cristiandad se convierte en una ideología dominante usada por el Estado. El cristianismo surgió en el siglo IV después de Cristo, cuando Constantino se apropió de la cristiandad y la convirtió en la ideología oficial del imperio romano.

El nuevo cimiento del conocimiento producido por el cartesianismo ya no es el Dios cristiano, sino este nuevo «yo». Si bien Descartes nunca define quién es este «yo», es claro que en su filosofía ese «yo» reemplaza al Dios de la cristiandad como nuevo fundamento del conocimiento y sus atributos constituyen una secularización de los atributos del Dios cristiano. Para Descartes, el «yo» puede producir un conocimiento que es «verdadero» más allá del tiempo y el espacio, «universal» en el sentido de que no está condicionado por ninguna particularidad, y «objetivo» entendido como equivalente a «neutralidad». En fin, la visión cartesiana argumenta que este «yo» puede producir un conocimiento desde el «ojo de Dios».

Para hacer la aseveración de un «yo» que produce conocimiento equivalente a la visión del ojo divino (Dios), Descartes plantea dos argumentos principales: uno ontológico y el otro epistemológico.

Dualismo ontológico: Descartes afirma que la mente es de una sustancia muy distinta al cuerpo. Esto permite a la mente estar indeterminada e incondicionada por el cuerpo. De esta forma, Descartes puede aseverar que la mente es similar al Dios cristiano que flotando en el cielo, indeterminado por cualquier cosa terrestre, puede producir un conocimiento equivalente al «ojo de Dios».

La universalidad equivale aquí a la universalidad del Dios cristiano en el sentido de que no está determinada por particularidad alguna y está más allá de cualquier condicionamiento o existencia particular en el mundo.

Sin dualismo ontológico, la mente estaría localizada en un cuerpo, sería similar en sustancia al cuerpo y estaría, así, condicionada por el cuerpo. Esto último indicaría que el conocimiento se produce desde un espacio particular del mundo y, por ende, no existe una producción de conocimiento no situada. Si fuera este el caso, entonces no podría sostenerse más que un «yo» humano pueda producir un conocimiento equivalente a una visión desde el ojo divino.

El segundo argumento de Descartes es epistemológico.

Solipsismo: ¿Cómo puede el «yo» combatir el escepticismo y ser capaz de alcanzar la certidumbre en la producción de conocimiento? La respuesta dada por Descartes es que esto podría lograrse mediante un monólogo interno del sujeto consigo mismo. Con el método del solipsismo, el sujeto plantea y responde preguntas en un monólogo interno hasta que llega a la certidumbre en el conocimiento. ¿Qué sucedería si los sujetos humanos produjeran conocimiento en forma dialógica, es decir, en relaciones sociales con otros seres humanos? La principal implicación sería el desmoronamiento de la pretensión de un «yo» capaz de producir certeza en el conocimiento aislado de las relaciones sociales con otros seres humanos. Sin el solipsismo epistémico, el «yo» estaría situado en relaciones sociales particulares, en contextos histórico/sociales concretos y, por ende, no habría producción de conocimiento monológica, asituada y asocial. La filosofía cartesiana ha tenido gran influencia en los proyectos occidentalizados de producción de conocimiento. La pretensión de «no localización» de la filosofía de Descartes, de un conocimiento «no-situado», inauguró el mito de la egopolítica del conocimiento: un «yo» que asume producir conocimiento desde un no-lugar. Como lo afirma el filósofo colombiano, Santiago Castro-Gómez (2003), la filosofía cartesiana asume la epistemología del punto cero, es decir, un punto de vista que no se asume a sí mismo como punto de vista. Añadiría a Castro-Gómez, que una filosofía que asume producir un conocimiento superior por no estar contamino por nada terrestre (ni social, espacial, temporal o corporal).

La importancia de René Descartes para la epistemología occidentalizada puede verse en que después de 370 años, las universidades occidentalizadas siguen llevando el legado cartesiano como criterio de validez para la producción de la ciencia y el conocimiento. La división «sujeto-objeto», la «objetividad» entendida como «neutralidad», el mito de un EGO que produce conocimiento «imparcial» no condicionado por su cuerpo o ubicación en el espacio, la idea de conocimiento como producto de un monólogo interior sin lazos sociales con otros seres humanos y la universalidad comprendida como algo más allá de cualquier particularidad siguen siendo los criterios usados para la validación de conocimientos en las disciplinas de la Universidad Occidentalizada. Cualquier conocimiento que pretenda situarse desde la corpo-política del conocimiento (Anzaldúa, 1987; Fanon, 2010) o la geopolítica del conocimiento (Dussel, 1977) en oposición al mito del conocimiento no situado de la egopolítica cartesiana del conocimiento se desecha como sesgada, inválida, irrelevante, falta de seriedad, parcial, esto es, como conocimiento inferior. Lo relevante para la «tradición de pensamiento masculino occidental» inaugurada por la filosofía cartesiana es que constituyó un evento histórico mundial. Antes de Descartes, ninguna tradición de pensamiento pretendía producir un conocimiento no situado que fuera divino o equivalente a Dios. Este universalismo idolátrico de la «tradición de pensamiento masculino occidental» inaugurada por Descartes (2013) en 1637 pretende reemplazar a Dios y producir un conocimiento que sea equivalente a Dios. El «yo pienso, luego existo» de Descartes está precedido por 150 años de «yo conquisto, luego existo». El ego conquiro es la condición de posibilidad del ego cogito de Descartes. Según Dussel, la arrogante e idólatra pretensión de divinidad de la filosofía cartesiana viene de la perspectiva de alguien que piensa en sí mismo como centro del mundo porque ya ha conquistado el mundo. ¿Quién es este ser? Según Dussel (2005), es el Ser Imperial.

El «yo conquisto», que comenzó con la expansión colonial europea en 1492, es el cimiento y la condición de posibilidad del «yo pienso» idolátrico que seculariza todos los atributos del Dios cristiano y reemplaza a Dios como nuevo fundamento del conocimiento. Una vez que los europeos conquistaron el mundo, el Dios de la cristiandad se hizo desechable como fundamento del conocimiento. Después de conquistar el mundo, los hombres europeos alcanzaron cualidades «divinas» que les daban un privilegio epistemológico sobre los demás.

Lo que conecta el «yo conquisto, luego existo» (ego conquiro) con el idolátrico «yo pienso, luego existo» (ego cogito) es el racismo/sexismo epistémico producido por el «yo extermino, luego existo» (ego extermino). Es la lógica del genocidio/ epistemicidio juntos lo que sirve de mediación entre el «yo conquisto» y el racismo/ sexismo epistémico del «yo pienso» como nuevo fundamento del conocimiento en el mundo moderno/colonial. El ego extermino es la condición socio-histórica estructural que hace posible la conexión del ego conquiro con el ego cogito. En lo que sigue, se sostendrá que los cuatro genocidios/epistemicidios del largo siglo XVI son la condición de posibilidad socio-histórica para la transformación del «yo conquisto, luego existo» en el racismo/sexismo epistémico del «yo pienso, luego existo». Esos cuatro genocidios/epistemicidios en el largo siglo XVI son:

1) contra los musulmanes y los judíos en la conquista de Al-Andalus en nombre de la «pureza de sangre»;
2) contra los pueblos indígenas primero en el continente americano y luego los aborígenes en Asia;
3) contra los africanos con el comercio de cautivos y su esclavización en el continente americano;
4) contra las mujeres que practicaban y transmitían el conocimiento indo-europeo en Europa, quienes fueron quemadas vivas acusadas de brujas.


Esos 4 genocidios/epistemicidios se analizan con mucha frecuencia de manera fragmentada, separados unos de otros. El intento aquí es verlos interconectados, interrelacionados entre sí, y como partes constitutivas de las estructuras epistémicas del «sistema-mundo capitalista/patriarcal occidentalocéntrico/cristiano-céntrico moderno/colonial» (Grosfoguel, 2011) creado a partir de la expansión colonial europea en 1492.

Estos cuatro genocidios fueron al mismo tiempo formas de epistemicidio que son parte constitutiva del privilegio epistémico de los hombres occidentales. Para sustentar dicho argumento debemos no solo examinar la historia del sistema-mundo, sino también explicar cómo y cuándo surgió el racismo.

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