DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO DEL CENTRO Y LA PERIFERIA

Ciclo de explotación Tanino, Algodón, Soja. El rol del monte chaqueño como proveedor de materias primas al mercado global occidentalocéntrico en expansión. ALFREDO GALARZA
La explotación del trabajo no se da de la misma manera en el centro del sistema mundo que en la periferia. Como norma, en las periferias se dará un proceso de acumulación capital basado en el despojo y la violencia, donde la esclavitud y formas coercitivas de explotación de los sujetos racializados convivirán con el trabajo asalariado por lo común reservado a sujetos no racializados. En los centros metropolitanos donde se acumula la riqueza de este sistema capitalista patriarcal colonial moderno, también los sujetos racialmente inferiorizados serán sometidos a la esclavitud y formas violentas de explotación del trabajo sin recibir paga alguna. En el mundo antiguo y en el Medioevo la esclavitud era legítima, particularmente con respecto a los vencidos en guerra. En ese tiempo Europa tenía sus propios esclavos.

La división internacional del trabajo que regula la explotación de los pueblos en el centro y la periferia del sistema mundo moderno no se debe al atraso o a las formas primitivas de producción de los pueblos que habitan esos territorios. Para los pueblos inferiorizados racialmente en las periferias, la explotación del trabajo girará en torno al trabajo esclavo en las minas y al trabajo esclavo en las plantaciones de azúcar, en cambio para los hombres con privilegio racial, la explotación girará en torno al trabajo asalariado en oficinas, despensas, talleres y factorías. Los pueblos inferiorizados también sufrirán la acumulación de capital a través del despojo de sus territorios y saqueo de sus recursos naturales. Es lo que Marx describe como acumulación originaria. Esta acumulación originaria se da al mismo tiempo que otras formas de acumulación y hoy día en las periferias del sistema mundo, la acumulación violenta por desposesión llamada neoextractivismo, es la principal forma de acumulación de capital en los países denominados del tercer mundo y convive en los países centrales con la acumulación de capital por la explotación del trabajo.

Según Grosfoguel, "el mismo problema "etapista" y "lineal" que vemos en Lenin se encuentra también en Marx cuando describe las etapas de la acumulación de capital. Primero, surge la acumulación originaria, que según Marx es la forma más violenta y sangrienta de acumulación correspondiente a los orígenes del capitalismo; luego sigue la plusvalía absoluta, correspondiente a las primeras fases de la manufactura; finalmente, surge la plusvalía relativa o reproducción ampliada del capital correspondiente a las fases más avanzadas del capitalismo industrial. En la visión de Marx la acumulación originaria no es coetánea de la acumulación ampliada: la primera forma de acumulación sería el pasado de la última. Esta negación de la coetaneidad en el tiempo es típica de las formulaciones eurocéntricas que conceptualizan el tiempo en etapas de la historia y expulsan hacia el pasado las formas de producción en la periferia no-europea para liberar de responsabilidad a los centros europeo / euro-norteamericanos de la explotación y dominación que ejercen sobre la periferia no-europea ayer y hoy. En la ideología hegemónica la pobreza del mundo no-europeo se explica por su atraso, subdesarrollo, formas primitivas, borrándose la coetaneidad temporal de las relaciones centro-periferia, europeo/no-europeo, en la división internacional del trabajo."

La división internacional del trabajo entre centros y periferias, así como la jerarquización étnico-racial de las poblaciones, formada durante varios siglos de expansión colonial europea, no se transformó significativamente con el fin del colonialismo y la formación de los Estados-nación en la periferia. Asistimos, más bien, a una transición del colonialismo moderno a la colonialidad global, proceso que ciertamente ha transformado las formas de dominación desplegadas por la modernidad, pero no la estructura de las relaciones centro-periferia a escala mundial.

No es posible entender el capitalismo global sin tener en cuenta el modo en que los discursos raciales organizan a la población del mundo en una división internacional del trabajo que tiene directas implicaciones económicas: las 'razas superiores' ocupan las posiciones mejor remuneradas, mientras que las 'inferiores' ejercen los trabajos más coercitivos y peor remunerados.

La noción de 'colonialidad' vincula el proceso de colonización de las Américas y la constitución de la economía-mundo capitalista como parte de un mismo proceso histórico iniciado en el siglo XVI. La construcción de la jerarquía racial /étnica global fue simultánea y contemporánea espaciotemporalmente con la constitución de una división internacional del trabajo organizada en relaciones centro-periferia a escala mundial. Para Aníbal Quijano no existe una 'pre' o un 'pos' de la jerarquía racial/ étnica a escala mundial en relación con el proceso de acumulación capitalista. Desde la formación inicial del sistema-mundo capitalista, la incesante acumulación de capital se mezcló de manera compleja con los discursos racistas, homofóbicos y sexistas del patriarcado europeo. La división internacional del trabajo vinculó en red una serie de jerarquías de poder: etno-racial, espiritual, epistémica, sexual y de género. La expansión colonial europea fue llevada a cabo por varones heterosexuales europeos. Por donde quiera que fueran, exportaban sus discursos y formaban estructuras jerárquicas en términos raciales, sexuales, de género y de clase. Así, el proceso de incorporación periférica a la incesante acumulación de capital se articuló de manera compleja con prácticas y discursos homofóbicos, eurocéntricos, sexistas y racistas.

En oposición al análisis del sistema-mundo desarrollado por Wallerstein, lo que Quijano subraya con su noción de colonialidad es que no hay una sola lógica de acumulación capitalista que instrumentalice las divisiones étnico/ raciales y que preceda a la formación de una cultura eurocéntrica global. Al no tener en cuenta la creciente complejidad de las relaciones sociales, esta visión permanece atrapada en el viejo lenguaje de las ciencias sociales del siglo XIX. Para Quijano, la relación entre los pueblos occidentales y no occidentales estuvo siempre mezclada con el poder colonial, con la división internacional del trabajo y con los procesos de acumulación capitalista. Además, Quijano usa la noción de 'colonialidad' y no la de 'colonialismo' por dos razones principales: en primer lugar, para llamar la atención sobre las continuidades históricas entre los tiempos coloniales y los mal llamados tiempos 'poscoloniales'; y en segundo lugar, para señalar que las relaciones coloniales de poder no se limitan sólo al dominio económico-político y jurídico-administrativo de los centros sobre las periferias, sino que poseen también una dimensión epistémica, es decir, cultural.

Formación de un sistema productivo: los enclaves forestales de la región chaqueño-misionera (siglo XIX-XX) . BITLLOCH, SORMANI
La denominación de enclave que le adjudicamos a los núcleos productivos obrajes madereros/yerbateros y a los aserraderos/fábricas de tanino chaqueños-misioneros, tiene un doble significado:

En primer lugar, en su forma madura, sobre todo, aparecen como núcleos de actividad primaria controlados en forma directa desde afuera del país. Tal es el caso de The Forestal, Land, Timber and Railways Company, Limited, más conocida como La Forestal, y de otras empresas forestales asentadas en la región chaqueño-misionera, cuyos accionistas, directorios y centros de decisión estaban localizados en el extranjero, adonde se remitían las utilidades que la compañía resolvía distribuir. Las fábricas de tanino más importantes de esa región habían sido construidas con capital europeo y funcionaban bajo supervisión administrativa, científica y técnica de europeos. Otra de las características típicas era que su actividad generaba la existencia de pocos eslabonamientos regionales ya que las maquinarias eran totalmente importadas y, por ejemplo, ciertos productos como la harina y el aceite, adquiridos para la alimentación de los trabajadores, se traían de otras regiones argentinas; solamente la carne y las fuentes de energía -leña- eran producidas internamente dentro de la misma unidad productiva. En términos generales, esos emplazamientos productivos constituían, en realidad, una extensión del espacio económico de las economías centrales. La producción taninera, por ejemplo, estaba destinada prácticamente en su totalidad al comercio exterior, ya que la propia economía argentina absorbía menos del 10% de la misma, por lo que la actividad productiva interna estaba condicionada por la demanda y el precio internacional y consecuentemente sometida a sus fluctuaciones y desequilibrios; con esta observación queremos señalar su integración en primer lugar al mercado mundial, más que al nacional.

En segundo lugar, el término enclave nos servirá para poner de manifiesto cierto aislamiento físico o clausura espacial, elemento característico de la empresa forestal activa en el medio chaqueño-misionero. Originalmente estuvo determinado por condiciones naturales, sociales e institucionales, como son: a) la presencia del bosque y sus habitantes aborígenes; b) la incertidumbre respecto, entre cosas, a la propiedad del recurso natural, a la facultad del capital extranjero de disponer de las utilidades obtenidas y, sobre todo, incertidumbre con relación a la disponibilidad de mano de obra, no solamente de gerentes y capataces, sino de trabajadores que debido a los arraigados hábitos ambulatorios, tanto de la población indígena como criolla, podía generar escasez de la misma.

El obraje maderero/yerbatero, y después el aserradero/fábrica de tanino, que a veces abarcaba a los anteriores, se constituyeron en los núcleos típicos del enclave forestal y en los elementos ordenadores del espacio regional en la región chaqueño-misionera, incluyendo el propio del establecimiento cuando éste, por sus dimensiones, asumió el tamaño de una subregión dentro de la sociedad regional (La Forestal y Las Palmas del Chaco Austral).

Los emprendimientos productivos de capital (obrajes, aserraderos, etc.) crearon pueblos y ciudades, que son la forma que adquiere la jerarquía global de poder espacial para reconfigurar el rio virgen de la lógica capitalista colonial moderna. Asímismo operan otras jerarquías de poder como las de clase, donde las personas (indígenas y/o criollos) son explotadas en esos emprendimientos. A su vez la jerarquía de poder global racial también opera separando e inferiorizando a los trabajadores indígenas que hacen los trabajos menos remunerados o simplemente trabajan por la comida y el techo. A su vez la jerarquía global de poder de género opera separando a las mujeres de los hombres dentro de esta nueva territorialidad subordinándola a las tareas domesticas o reproductivas. Otras jerarquías de poder global también operan, las religiosas, las epistémicas que tienen que ver con los saberes, el idioma, la cultura, etc. Es lo que llamamos interseccionalidad de jerarquías de opresión o heterarquía, para entender cómo operan al mismo tiempo de forma enredada múltiples jerarquías de poder nuevas en el territorio chaqueño. La división internacional del trabajo a su vez como jerarquía de poder global condiciona el rol que tendrá el territorio chaqueño como parte del Estado Nación Argentino, en la desigual relación que hay entre estados globales que compiten para atraer a sus fronteras la inversión de capital global, además de la necesidad que tienen todos los Estados Nación modernos en la explotación del trabajo dentro de sus fronteras.

Estos núcleos típicos, los centros elementales de la forma de organización de la producción no aparecen aislados, sino vinculados entre sí a través de redes de interconexión, configurando el espacio en que se desarrollará una gran parte de la historia regional. Si dejamos de lado el área ocupada actualmente por la provincia de Corrientes, cuya estructura económico-espacial fue generándose a partir de la colonización española y de la fundación de su capital, en 1588, el resto del área de estudio puede ser considerada como una tierra nueva. Ésta región de aproximadamente 350.000 kilómetros cuadrados, equivalente a un cuadrado de casi 600 kilómetros de lado, que incluía las actuales provincias argentinas de Chaco, Formosa y Misiones, el norte de Santa Fe y las porciones orientales de Santiago de Estero y Salta, permaneció inconquistada durante el periodo colonial -las pocas reducciones que se instalaron en la misma tampoco perduraron- y, solamente una parte de Misiones fue ocupada por las comunidades guaraníticas y guaranizadas organizadas por la Compañía de Jesús durante los siglos XVII y XVIII.

Recién durante el periodo republicano, y más concretamente a partir de 1880, tan vasto territorio fue ocupado por el ejército argentino. Resulta, entonces, que la forma de organización de la producción que nos ocupa encontró su propia génesis en el mismo proceso de apropiación e incorporación de esa tierra nueva al espacio nacional argentino.

El asentamiento temporario de núcleos de indígenas -reducciones- organizados por misioneros europeos y el corrimiento lento y en cierto modo gradual de la frontera con las etnias del Gran Chaco, debido a la extensión, particularmente, de los usos del espacio pecuario, sirvieron para limitar el ámbito territorial de los pueblos originarios, pero no lograron modificar sustancialmente el carácter general del área, ya que incluso durante ese conflicto secular, muchas veces se debieron abandonar tierras ocupadas ante la resistencia y hostilidad de los pueblos originarios chaqueños. Así este territorio permaneció prácticamente inalterado hasta producirse la conquista militar y la consiguiente ocupación de su espacio.

Esta desafectación de los recursos naturales -la tierra y el bosque- de sus antiguos poseedores no se produjo de manera instantánea, sino a lo largo de un lapso relativamente largo. El emplazamiento de avanzadas y puestos fronterizos por parte de los primeros gobiernos nacionales no hizo más que sustituir el cerco de asentamientos religiosos y cívico-militares establecidos en la época colonial, y sirvieron para definir una franja de transición más o menos estable, por no decir fluctuante: la frontera, linde político y social que separaba las etnias chaqueñas de, en primer lugar, la sociedad colonial rioplatense y, más tarde, de la argentina.

En ese contexto se ubica el enclave forestal primitivo, cuyo elemento espacial típico es el obraje maderero/yerbatero, que constituye el producto de un incipiente proceso de desarrollo económico. Estos enclaves tenían un carácter inestable e itinerante, determinado por la calidad, la estacionalidad y la densidad de los recursos forestales; la tala del bosque no implicaba la propiedad de la tierra y estaba sólo condicionada por la precariedad de normas legales que bien podían no cumplirse. Eran explotaciones depredatorias que, en el lenguaje de la primitiva ganadería pampeana, podrían haberse llamado una vaquería forestal.

La explotación de las maderas se efectúa de la manera siguiente: el empresario se establece con unos cuantos peones correntinos en el paraje que le ofrezca más comodidades, tanto por la cercanía de un río navegable, como por la abundancia de maderas en el monte. Por medio de regalos atrae a los indígenas y a su cacique, y compra el bosque que elige por un poncho de paño, un sombrero, una yegua con cría y una docena de frascos de ginebra, según su tamaño e importancia de árboles.

Efectuado el negocio se construyen ranchos provisorios, los mismos indios con amigables demostraciones se conchaban como peones y el trabajo principia. Los árboles elegidos se cortan y sus trozos son labrados en el monte, donde permanecen hasta que una numerosa tropa de carros y bueyes los conducen al puerto, al que aprovechando una creciente propicia llegan los buques, para cargarlos y transportarlos a Corrientes u otros puntos a que son destinados para ser comerciados o empleados en las construcciones. Tal es brevemente explicado el mecanismo de un obraje, que se traslada de un punto a otro tan luego escasean los buenos árboles en el paraje que ocupaba, para buscar otro en el que sean más abundantes.

Estas actividades depredatorias, de individuos y compañías particulares que explotaban bosques no concedidos en propiedad -siendo común, además, que muchas concesiones de tierras recibidas para colonizar encubrían, en realidad, explotaciones de bosques- llevaron al gobierno nacional a sancionar un decreto sobre la explotación de los bosques nacionales, el 19 de abril de 1879, aprobado por Ley n.º 1054 del 9 de octubre de 1880, por el cual se determinaba que los mismos no podían ser explotados sin la correspondiente concesión previa, otorgada por el ministerio del interior.

El aislamiento de los obrajes de su entorno regional -propio de los enclaves-abiertos hacia la ciudad usualmente por una única vía: el río, y más tarde la línea ferroviaria, implicaba una restricción. En un informe elevado por el gobernador de Misiones en noviembre de 1913, se informaba que el personal contratado en la ciudad de Posadas, capital del territorio, recibía un anticipo y cuya cantidad no siempre se entregaba toda en efectivo, siendo común que la mitad consistiera en mercaderías compradas en la propia casa comercial del dueño de la explotación forestal. Los contratados -en su mayorías analfabetos- eran inmediatamente embarcados y trasladados a los obrajes madereros-yerbateros, no pudiendo volver si el empresario no lo autorizaba, ya que tres empresas de navegación, las de Domingo Barthe, Núñez y Gibaja y Juan B. Mola, controlaban el servicio de pasajeros y de carga en el Alto Paraná, trabajando estrechamente con los empresarios forestales y el regreso por tierra era imposible debido a la impenetrabilidad de la selva. El personal que había finalizado con su contrato de seis meses no era embarcado hasta que no hubieran cubierto, con el trabajo, la deuda contraída por la compra de ropas y/o alimentos en la proveeduría de la misma empresa, cuya contabilidad, llevada por la administración del establecimiento, no era controlada por ninguna autoridad pública.

Caracteriza a los obrajes la falta de una determinación general de las condiciones de trabajo. La extensión de la jornada, los descansos, permisos, atención médica, se determinaban en cada uno de ellos, en términos que seguramente resultarán familiares, por su dureza, a quienes conozcan las formas laborables de similares establecimientos en muchas partes del mundo, previos a las reivindicaciones sindicales y a la formación de una conciencia social. Así, entre otros rasgos, la violencia solía imperar como forma de garantizar la seguridad y aplicar castigos a los infractores a las normas establecidas por las propias empresas forestales.

Por otra parte las grandes empresas creaban su propio excedente de mano de obra, ya que la explotación forestal se caracterizaba por períodos de gran expansión seguidos por períodos de receso. La tendencia que predominaba en ellas era la de obtener, lo más fácilmente y rápidamente posible, excepcionales ganancias. Además, la falta de entidades sindicales que exigieran mejoras en las condiciones de vida y de trabajo determinaba la existencia de un mercado regional con bajos niveles de consumo no cumpliendo ningún rol dinámico en el desarrollo económico.

Dentro de la forma obraje reconocemos algunas variantes históricas. Estaban como antecedentes lejanos los obrajes primitivos de la frontera, cuyos rastros se pierden en el pasado colonial de la región chaqueño-misionera, los cuales reaparecieron en forma más moderna tras la firma de un tratado de paz el 9 de octubre de 1824, en el paraje del Rubio, entre las autoridades de la provincia de Corrientes y los indios abipones del Chaco. A cambio de la paz, los indígenas recibieron dinero, géneros, vacas, ovejas y caballos, acordándose, además, el rescate de cautivos, y declarándose libre el comercio -con excepción de pólvora, ganado vacuno y caballar- entre los indígenas abipones y los habitantes de Corrientes. El tratado fue cumplido y permitió el establecimiento de obrajes en la costa occidental del río Paraná, los que progresaron incesantemente en los años posteriores; lo que marcó el inicio de la frontera chaqueña del periodo republicano: un territorio sólo parcialmente ocupado, hasta cierto punto neutral y conflictivo, ya que en 1834, por ejemplo, pueblos originarios Qom asaltaron los obrajes madereros instalados en el territorio del Chaco.

Los años de la Confederación Argentina y los inmediatamente posteriores, especialmente a partir de 1862, vieron el desarrollo de la segunda variante histórica del obraje. En esa época tomó impulso la construcción de subestructuras económicas destinadas a consolidar e integrar las redes de interconexión, aumentando la demanda de elementos estructurales para puentes, muelles, vías ferroviarias. Hacia fines de la década de 1860, le expansión agrícola pampeana requirió postes y varillas que los escasos recursos forestales de esa región no alcanzaban a proporcionar en la cantidad necesaria, generándose, así, una demanda de madera chaqueña. Pero las limitaciones de las primeras empresas forestales quedan evidenciadas por el hecho de que la Comisión Exploradora del Chaco, en 1876, halló solamente quince obrajes ubicados en puntos de fácil acceso fluvial y solamente un obraje y aserradero que empleaba a más de cien personas. Todos estos establecimientos estaban ubicados entre los 29º y 26º grados de latitud sur, a lo largo de la costa del río Paraná. Pero los procedimientos de explotación forestal eran totalmente sencillos, no habiendo creado más que un único y precario asentamiento humano en la vieja misión jesuita de San Fernando del Río Negro, no lejos de la desembocadura de este río en el Paraná y no lejos del sitio donde en 1878 fue fundada la ciudad de Resistencia. Ese asentamiento había sido desde hacía muchos años el centro de la explotación forestal, ya que los obrajeros construían allí sus establecimientos principales, exportando las maderas por el llamado puerto de la Barranquera.

Pero muchos de esos establecimientos había sido abandonados, ante los abusos de los empresarios que frecuentemente no pagaban los salarios acordados a los peones -especialmente a los indígenas- lo que había determinado una falta de mano de obra y la consiguiente decadencia de un comercio anual de unos 300.000 pesos fuertes de la época. A lo largo de la costa del río Paraguay solamente había existido un obraje, el que había sido abandonado ante la hostilidad de los indígenas. En la desembocadura de ese mismo río se estableció, en 1876, Carlos Christiernsson, el que pudo explotar los bosques vecinos tras obtener la colaboración de los indígenas. Esta empresa llegó a tener 17.500 hectáreas en propiedad, con una estancia, San Carlos, un aserradero y un obraje, con unos 150 peones, trescientos bueyes y treinta carros.

Al alterarse las condiciones que favorecieron su origen, su transformación se hizo evidente: el avance de la frontera determinó su propia liquidación y el obraje debió incorporar una mayor dosis de racionalidad, aún permaneciendo primitivo.

En Misiones, por su parte, como consecuencia del llamado Pacto de la Selva, celebrado en 1874 entre Fructuoso Moraes Dutra y los aborígenes misioneros, se hicieron accesibles a empresarios regiones ricas en bosques silvestres de yerba mate, ilex paraguaiensis, cuya explotación comenzó poco después, pero siendo utilizadas, al principio, solamente las hojas. Las características generales de esos originalmente obrajes yerbateros permite asociarlos, sobre todo en la etapa de su apogeo, a la forma general de los enclaves primitivos, tanto por sus rasgos socio-espaciales como por el hecho de que asumieron un creciente carácter forestal, por la difusión del procedimiento de abatir el árbol a fin de facilitar la recolección de las hojas y por las condiciones de trabajo vigentes en los mismos. Estos obrajes madereros/yerbateros perduraron hasta las primeras décadas del siglo XX, en que fueron implantados, nuevamente, los yerbales de cultivo, creciendo, además, las críticas al sistema laboral imperante en los mismos. Las primeras empresas del Alto Paraná ni siquiera requerían un capital inicial, ya que se exigía a los peones proveerse ellos mismos de los útiles y herramientas de trabajo. De todas maneras la importancia de la producción yerbatera ya había menguado considerablemente en los últimos años del siglo XIX, por cuanto hay elementos de juicio que permiten asegurar que la mitad de la producción considerada nacional era, en realidad, importada de modo clandestino del Paraguay y Brasil.

Las primitivas explotaciones de yerba mate se instalaban donde los descubridores o conocedores de la selva encontraban manchas de yerbas silvestres, información que vendían a los interesados en extraer el producto. Algo parecido acontecía con la otra forma histórica del enclave misionero, que se implantó para explotar madera, principalmente cedro, lapacho, guatambú, laurel, peteribí e incienso, y era similar a su congénere chaqueño. Los asentamientos madereros y yerbateros estaban vinculados entre sí y con el resto del mundo, en la gran mayoría de los casos, solamente por la vía fluvial. Por el río se desplazaban las provisiones y se despachaba la producción. Un camino principal, la picada maestra, se dirigía hacia el interior de la selva: solía tener más de cinco metros de ancho y una base limpia, para que pudieran desplazarse carros llamados alzaprimas o cachapés, tirados por bueyes o mulas, que llevaban troncos desbastados allí donde había sido derribado el árbol, o vigas, es decir, troncos despojados de corteza y albura. El transporte de la yerba mate se hacía, usualmente, mediante tropas de mulas. A la picada maestra confluían las maestrillas o picadas secundarias, y a estas, los piques, simples caminos peatonales. Solamente en el obraje de la Compañía de Tierras y Maderas del Iguazú se había iniciado en 1912 la construcción de un ferrocarril, que en enero de 1913 llegaba al kilómetro 4, pero ya estaban terminadas las obras de desmonte, terraplenes y puentes hasta el kilómetro 14, faltando solamente tender los rieles sobre los durmientes.

Los enclaves primitivos misioneros, tanto los madereros como los yerbateros, así como los enclaves primitivos chaqueños, con sus dos variantes, chaqueño-santafesino y santiagueño, tuvieron en común una serie de rasgos que han permitido considerarlos genéricamente.

En una primera etapa, estos establecimientos estuvieron ubicados sobre ambas márgenes del Alto Paraná y sobre una franja costera del Paraná Medio y Paraguay, precediendo, en algunos casos, el corrimiento definitivo de la frontera, pero expandiéndose hacia el interior a medida que se afirmaba el proceso de apropiación de la tierra. En el Chaco Occidental, la instalación de explotaciones forestales acompañó el avance hacia el norte de las líneas ferroviarias, que conectaron los puertos del litoral fluvial con Santiago del Estero, Tucumán y Salta. La apropiación definitiva de la tierra, la conformación de un marco político e institucional que garantizara la difusión de prácticas capitalistas y asegurara, consiguientemente, la legitimidad y el uso de la propiedad privada, y la creciente demanda de productos forestales y de yerba mate, derivados de la expansión de la estancia pampeana, fueron los requisitos para que se afirmara esta forma de organización de la producción.

Originalmente, su instalación se debió a iniciativas de empresarios nacionales y aún locales, asociados más tarde con financistas y comerciantes extra regionales y, en algunos casos, extranjeros. En el Chaco Central, los primeros establecimientos madereros fueron organizados por empresarios provenientes de Asunción, quienes, luego de la federalización del territorio, en 1876, fueron reemplazados por empresarios argentinos y extranjeros. El crecimiento de la demanda de madera dura para diversos usos y de tanino para curtir cueros provocó la expansión de las empresas forestales en toda la región chaqueño-misionera.

Los caracteres generales de estos obrajes madereros/yerbateros se corresponden, en gran medida, a los obrajes primitivos de la frontera, si bien algunos aspectos de las relaciones sociales y de las técnicas de producción, más intensivas en capital, indican cierta modernización. Se mantenían, no obstante, la misma clausura espacial, las mismas formas de coacción económica y extra económica, constituyendo un nuevo elemento de las mismas la incorporación del ciclo explotativo boliche/ bailanta/proveeduría, incluidos, en algunas áreas, los juegos de azar. Las bailantas eran lugares de baile y prostíbulos, en los cuales los futuros peones podían terminar irremediablemente endeudados. Las proveedurías, con un capital inicial, por ejemplo, de 6.000 a 8.000 pesos, obtenían 2.000 pesos mensuales de ganancias y, en 1913, el almacén de un obraje que empleaba 300 obreros y peones, tenía ingresos mensuales que variaban entre 35.000 y 40.000 pesos. Como el pago de los salarios se efectuaba en bonos o vales, los trabajadores se veían obligados a consumir en los negocios establecidos en los obrajes. La única empresa donde se permitía al personal consumir en almacenes y tiendas particulares era en Quebrachales Fusionados S.A., en las proximidades de cuyos establecimientos industriales en Puerto Tirol existían casas particulares como las de Canella Hnos. y Guillermo Dellamea y, además, dicha empresa permitía el comercio independiente dentro de sus propiedades.

Para las explotaciones misioneras los peones se contrataban por un mínimo de seis meses, recibiendo un anticipo de 50 a 100 pesos, para que pudiesen dejar dinero a sus familias y comprar ropa, pero no era raro que buena parte del anticipo se gastara en aquellos negocios en los días previos al embarque.

En 1912 existían en Posadas 48 boliches y almacenes al menudeo, de los cuales 20 se encontraban en la zona portuaria, existiendo también en el puerto un sinnúmero de casas de prostitución clandestina, con sus correspondientes despachos de alcohol y baratijas. Los beneficios que redituaban a las empresas tales actividades complementarias podían superar, en algunos casos, a los de la propia explotación maderera. Se mantenían, también, las mismas prácticas depredatorias de los recursos naturales, prácticas agudizadas en Misiones, como ya hemos señalado, por la tendencia a derribar el árbol, y por la ampliación de las áreas de corta. Pero una excepción fue la provincia de Corrientes, en la que se sancionaron normas forestales en 1876 y 1894.

El ciclo de la industria del tanino. BITLLOCH, SORMANI
El crecimiento de la demanda de elementos estructurales y de materia prima para la elaboración de curtientes generó la expansión de las empresas forestales en todo el ámbito de la región chaqueño-misionera, iniciándose una nueva etapa, la de la explotación continua e intensiva o, empleando otro término, la misma se podría también definir como exhaustiva. Dos fases se sucedieron históricamente en la evolución de las explotaciones forestales chaqueñas maduras, que terminaron integradas bajo la hegemonía de la segunda.

La primera fue el obraje, productor primario de madera para durmientes, vigas, postes, varillas, y de subproductos como carbón y leña, o de materia prima para la producción de tanantes naturales. La segunda, la fábrica, más cercana al prototipo de la empresa capitalista decimonónica, aún si se trataba de establecimientos independientes de propietarios argentinos y, más aún, cuando fue transformándose en un segmento de complejas estructuras oligopólicas, como resultado de procesos de acumulación, centralización y movilización de capital, dentro del cual pasó a ejercer un creciente control sobre los obrajes y otras actividades conexas o secundarias, como transporte, comercialización, prestación de servicios urbanos, imponiendo su liderazgo tanto sobre el espacio propio de los establecimientos forestales como en la región.

La integración de las dos fases se puede apreciar con claridad en el Chaco y Santa Fe, en Misiones, en cambio, el proceso no se verificó ni para la explotación yerbatera ni para la maderera. En la variante chaqueño-santafesina la incorporación de la capa fabril se inició en 1889, con la instalación de la primera fábrica de tanino en la localidad correntina de Pehuagó, propiedad de la firma alemana Erwig & Schmidt. Los hermanos Carlos y Federico Portalis, propietarios de la firma Portalis Frères y Cía., obtuvieron en 1879 de la provincia de Santa Fe el derecho de corte de bosques —aproximadamente una decena de leguas cuadradas, es decir, alrededor de 31.000 hectáreas, en la región que rodea la desembocadura de Arroyo del Rey, en las cercanías de Reconquista—, limitándose a exportar quebracho a las fábricas de tanino en los Estados Unidos. Pero en 1895 decidieron construir una segunda fábrica de tanino en el pueblo de Five Lilles -actualmente Vera y Pintado- en el norte de Santa Fe. Por su parte, en 1899, los hermanos Carlos y Alberto Harteneck, propietarios de Harteneck y Cía., que hasta ese momento se habían dedicado a la explotación de bosques de quebracho en el norte santafesino, exportándolo a Alemania, pero sin mucho suceso hasta ese momento, decidieron adquirir maquinaria en Amberes para una nueva fábrica no muy lejos de la anterior, en la localidad de Calchaquí, provincia de Santa Fe, en asociación con Carlos Casado, y con una capacidad de producción de 14.000 toneladas anuales de tanino. Los hermanos Harteneck habían adquirido anteriormente la fábrica de Pehuagó. Un año más tarde fue exportado, por primera vez, tanino producido en Argentina.

Estas dos nuevas compañías, estrechamente asociadas con intereses industriales y financieros europeos, y contando ya con arraigo y conexiones en los medios empresariales de Buenos Aires, además de latifundios en el Chaco, se unieron en 1902, con Hermann Renner, director-gerente de Gerb und Farbstoffwerk H. Renner & Co Actiengesellschaft, de Hamburgo, empresa dedicada a la producción y comercialización del tanino en Europa, para formar una nueva compañía, la Compañía Forestal del Chaco, constituida sobre la base de las tierras y fábricas que Portalis y Harteneck ya poseían, y, nuevamente, un año después, en mayo de 1903, fue exportado el primer tanino producido por la nueva compañía.

Ante la creciente demanda internacional del extracto de quebracho, la Compañía Forestal del Chaco, con un capital de 14.000.000 de francos de la época, se vio necesitada de un aumento del mismo, a fin de incrementar la producción. Ante la imposibilidad de conseguirlo en Francia, acudieron a fuentes financieras inglesas. Para ello se reunieron en Londres con el barón Emile Beaumont d'Erlanger, director de la firma Messr. Emile d'Erlanger & Co., la que se dedicaba a financiar empresas industriales en América del Sur, habiendo sido, por ejemplo, la precursora de la explotación del nitrato en Chile, y asimismo controlaba el Banco Anglo-Sudamericano, que durante muchos años funcionó en Buenos Aires, y que luego fue absorbido por el Banco de Londres y América del Sur. El barón d'Erlanger le solicitó a la firma Gumpert & Leng, de Buenos Aires, que procediera a una evaluación de las propiedades de la Compañía Forestal del Chaco y de las posibilidades de expansión de la industria del tanino.

La Forestal, en su política de expansión, y con el objetivo de no depender de otras empresas, resolvió constituir en 1907 su propia flota fluvial, formando la Compañía Argentina de Lanchas, independizándose, así, de la Compañía Argentina de Navegación Nicolás Mihanovich, que detentaba hasta ese momento el monopolio del transporte fluvial.

Esta corporación multinacional llegó a poseer 2.226.177 hectáreas, si sumamos el total de tierras obtenidas por compra y arriendo, llegando a ser un verdadero paradigma de los enclaves forestales, controlando todo el proceso de distribución de la industria taninera en la región chaqueña, tanto por expansión de su propia producción, lograda con la instalación de nuevos establecimientos y la adquisición de otros, como por la compra del tanino elaborado en otras fábricas instaladas en territorio del Paraguay.

Los cárteles del tanino. BITLLOCH, SORMANI
Se puede afirmar que La Forestal fue el eje de un cártel del tanino, monopolizando la producción y la venta de dicho producto en el mercado mundial, y comprando fábricas para clausurarlas o para hacerlas funcionar a su mínima o máxima capacidad de producción, según sus propias necesidades, para de esa manera poder determinar los precios internaciones del extracto de quebracho.

El primer pool, una comunidad de intereses, conocido como Pool de Fabricantes de Extracto de Quebracho, fue organizado por La Forestal el 1 de enero de 1917. Antes de la guerra el desarrollo de la industria del tanino era limitado, ya que algunas fábricas habían tenido que cerrar, al no poder concurrir con Alemania, que compraba quebracho para elaborar tanino en sus propias fábricas. Con el estallido de la guerra desapareció la concurrencia alemana y, además, la industria creció rápidamente ante la demanda internacional y el enorme aumento del precio del producto. El tanino se usó para curtir cueros y los cueros fueron usados por los ejércitos en la primera guerra mundial (botas, charreteras, cintos, monturas de caballería, etc.). Es por eso que la demanda de tanino creció durante la guerra en Europa.

Al terminar la guerra de 1914 aumentaron las demandas de madera de quebracho, tanto de Europa como de los Estados Unidos, pero durante la crisis de 1921 el pedido de tanino fue menor, por lo que muchas fábricas tuvieron que cerrar temporariamente, pero un año después creció nuevamente la exportación tanto de durmientes de quebracho como de tanino.

Comenzó, entonces, un periodo de guerra de precios y aumento de la producción, parcialmente determinado por la instalación de nuevas fábricas en el Chaco: Noetinger Lepetit S.A., en La Escondida, y la de Francia Argentina S.A., en Resistencia. La política monopolista de La Forestal había despertado recelos en los Estados Unidos, ya que este país era el más grande productor mundial de cueros y el mayor consumidor de quebracho y de tanino, por lo tanto el mantenimiento de esa situación de privilegio dependía de que los precios fueran razonables.

Pese a la enorme capacidad mecánica de producción, que superaba las 450.000 toneladas anuales, la declinación a partir de 1928 del consumo mundial de cueros y los grandes stocks acumulados, de los cuales solamente La Forestal poseía, directamente o indirectamente, 1.000.000 de toneladas sin vender, fue determinante para que La Forestal decidiera, según un antiguo directivo de la misma, «dar una purga a la industria», bajando los precios un 50%. Muchas compañías no pudieron resistir esa competencia.

A principios de la década de 1940 existían en total 22 productores de tanino en Argentina y Paraguay; cinco de esas empresas productoras eran propiedad o estaban controladas por La Forestal, las que producían el 57% del total del tanino. La Forestal controlaba no solamente la producción de quebracho y tanino sino también su distribución y venta, que se efectuaban a través de los agentes oficiales del pool, por ejemplo, el 70% del tanino utilzado en los Estados Unidos era importado por la Tannin Corporation, la que desde 1913 era controlada por La Forestal.

Este pool existió hasta 1942, cuando se retiraron La Chaqueña S.A., International Product Company / Compañía Internacional y Samuhi S.A. Además ese mismo año comenzaron sus actividades dos nuevas firmas en la provincia de Santiago del Estero: la Sociedad Anónima Weisburd y Cía. y la Compañía Taninera Cotan S.R.L., las que pretendían trabajar fuera del pool. La Forestal respondió consiguiendo que el ministro de Agricultura argentino estableciera en febrero de 1942 un sistema de cuotas de exportación, afirmando de esta manera La Forestal su posición monopólica en el mercado nacional e internacional del quebracho y del tanino. Esta reglamentación del gobierno argentino prevaleció hasta 1960, año en que la industria forestal argentina estaba prácticamente en agonía.

Organización socio-espacial de los enclaves forestales. BITLLOCH, SORMANI
En todos los casos las características socio-espaciales son similares ya que, además de la clausura propia del enclave, este asumió una forma polarizada, es decir, extendiéndose a partir de un centro o polo. En el caso de Misiones, a partir del asentamiento costero se abría la picada maestra, de la cual se desprendían luego maestrillas y piques para conectarla con los campamentos y zonas de explotación ubicadas en las manchas de yerba virgen. En el Chaco, la ubicación no era necesariamente costera pero, de todos modos, muestra los mismos rasgos de precariedad y polarización. Si en Misiones, el río representó siempre la única vía de interconexión hacia la ciudad, en el Chaco ese papel lo cumplió en un primer momento el río, pero en una etapa más avanzada la red ferroviaria, cualquiera fuese el tipo y dimensión de la trocha.

La incorporación de la fase fabril en el Chaco incrementó la importancia del enclave, que fue urbanizándose y, por ello, influyó en la evolución de los asentamientos humanos de la región, muchas de cuyas ciudades actuales se remontan a comienzos de ese tipo. En Misiones ese impacto fue casi inexistente pues, debido al carácter altamente polarizado de esa variante, el único centro que tuvo un desarrollo considerable fue Posadas, capital del territorio, que actuaba como centro de distribución y embarque de bienes y personas, así como sede de las empresas o sus sucursales. Los asentamientos costeros fueron subordinados y transitorios, perdurando hasta que se agotaron los recursos de su área de influencia y nunca albergaron actividades ajenas a la de la explotación forestal, como ocurrió en el Chaco.

El advenimiento del ferrocarril con sus líneas conectoras, desvíos industriales y estaciones de carga, proveyó a los obrajes chaqueños y, más aún, a las fábricas de tanino de una red básica de interconexiones. Las estaciones ferroviarias fueron sede de instalaciones fabriles y actividades urbanas, pero cuando sobrevino la decadencia de la forma de producción que estamos comentando, se produjo también, en muchos casos, el deterioro y desaparición de la mayor parte de esos embrionarios centros urbanos, salvo que pasaran a cumplir un papel espacial distinto, en el marco de la emergencia de otras formas de producción, como ocurrió en algunas áreas de la provincia del Chaco, con la expansión de la pequeña empresa familiar agrícola.

El enclave forestal primitivo fue parte del proceso de expansión económica de un área marginal o excéntrica del territorio argentino, si bien se presentó con características similares en áreas adyacentes del Paraguay y del Brasil.

En su forma madura, alcanzó un desarrollo sumamente avanzado para el lugar y la época, y su impacto sobre la organización espacial del nordeste argentino perduró por más de un siglo. Su incorporación a la economía mundial se hizo en forma autónoma, sin la mediación de la economía pampeana, aunque sí a través de los circuitos financieros controlados por el capital europeo.

El enclave forestal maduro resultó de un proceso de acumulación y concentración de capital en manos de algunas empresas oligopólicas, entre las cuales La Forestal actuó en forma casi permanente como un centro de poder aglutinante. Es en la etapa de su apogeo cuando se pueden percibir más claramente las vinculaciones entre el capital financiero, a nivel mundial, y las actividades productivas y prestadoras de servicios ferroviarios y de transporte fluvial, entre otras. Ello demuestra que la asociación entre los establecimientos industriales y las empresas ferroviarias no se limitó al plano técnico, sino que, en gran medida, las decisiones de implantación de las líneas, ramales y desvíos, estuvieron determinadas por los intereses de esos sectores empresarios, los que a su vez pasaron a controlar grandes extensiones de tierras fiscales o privadas.

El control o la influencia sobre el transporte ferroviario acentuó la vigencia de la clausura espacial de los establecimientos forestales, lo que además de contribuir a asegurar la disponibilidad de mano de obra, dificultaba que se infiltraran a potenciales competidores los conocimientos tecnológicos, reforzaba la posición de las proveedurías como abastecedoras monopólicas de empleados y obreros y, finalmente, desalentaba las relaciones con grupos sociales asentados en otras áreas de la región o fuera de esta. Se lograba, así, mantener dentro de las empresas y transformar en dividendos para los accionistas la mayor cantidad posible de beneficios indirectos de la actividad: en términos más técnicos, se obstaculizaba la diseminación de economías externas para mantener las internas. Esas características fueron rasgos esenciales de las explotaciones forestales. La falta de poder real de las autoridades nacionales y provinciales y su permeabilidad a las influencias del poder económico y político de las compañías forestales permitieron a estas organizar la vida económica y social de los enclaves según sus propias normas: llegaban, a veces, a administrar justicia en ciertos asuntos y a emitir papel moneda.

En las grandes explotaciones forestales terminó habiendo verdaderos pueblos, con servicios industriales, centrales eléctricas, comercios, servicios de transporte, viviendas y otras actividades conexas, en los que no era posible residir ni ejercer el comercio sin acordar los términos con la empresa.

Por último tenemos que la importancia de la mano de obra indígena como mano de obra en la economía regional chaqueño-misionera, al igual que en la economía azucarera de Tucumán, Salta y Santiago del Estero, determinó una política indigenista distinta de la aplicada en las regiones pampeana y patagónica, donde el objetivo básico fue la propiedad de la tierra y no la utilización del indígena como fuerza de trabajo, como en el caso de la región chaqueño-misionera. Ya había sido señalado en 1890 que el futuro de la industria forestal y azucarera en el nordeste argentino residía en la mano de obra indígena barata, ya que los peones provenientes de otras regiones, con sus hábitos, sus necesidades y sus sueldos, no podían competir con los indígenas.

La decadencia de las empresas forestales. BITLLOCH, SORMANI
Entre las causas más importantes de la decadencia de las empresas forestales podemos mencionar: el cambio en las condiciones laborables que se aceleró en la década de 1940, determinado por la legislación y la mayor intervención de los organismos estatales; el tratamiento cambiario aplicado por el gobierno a partir de 1947; los aumentos salariales, por ejemplo, en la asamblea general de accionistas de La Forestal en 1946 se mencionó que los salarios habían alcanzado niveles que la industria forestal no podía seguir soportando; la creación de reservas y parques nacionales y las leyes de reposición obligatoria de especies forestales, pueden haber sido las causas más importantes de la decadencia de las empresas forestales, más aún que 1) el agotamiento relativo de los recursos naturales: en la asamblea general de accionista de La Forestal, celebrado en 1945, se reconocía que aún existían amplios stocks de quebracho en Argentina y 2) el alejamiento gradual de los bosques explotables de las vías de comunicación. Estos últimos fueron factores que influyeron negativamente sobre los costos ya afectados, haciendo que las condiciones de competencia con otros países, como Sudáfrica, Kenia y Rhodesia se redujeran apreciablemente, ya que en esos países La Forestal, a través de sus compañías subsidiarias, como The Natal Tanning Extract Company y The Calder and Mersey Extract Company Limited, había extendido sus plantaciones de mimosa y creado nuevas fábricas de tanino.

El auge de esta forma de explotación forestal tuvo lugar de manera simultánea con el fuerte proceso de desarrollo nacional de principios del siglo veinte, impulsado por la expansión de la agricultura y la ganadería pampeanas, pero en condiciones técnicas, sociales y económicas completamente distintas.

El ámbito ocupado por los enclaves forestales había sido destinado originalmente a la formación de colonias agrícolas, para el asentamiento de inmigrantes nacionales y extranjeros. La expansión de dicha forma de organización de la producción impidió ese proyecto por más de medio siglo, y las colonias que lograron instalarse y sobrevivir quedaron alveoladas entre las empresas forestales que ejercían la explotación pecuaria. Durante el periodo 1876-1903, solamente se fundaron dos colonias oficiales en el territorio del Chaco: Resistencia en 1878 y Puerto Bermejo (Timbó) en 1888, con una superficie total de 58.000 hectáreas, contra más de 1.000.000 de hectáreas entregadas a 29 concesionarios, de un total de 2.500.000 adjudicadas por el Estado en ese lapso.

En misiones, por su parte, se procedió por una ley provincial de tierras del 22 de junio de 1881 a enajenar más de 2.000.000 de hectáreas entre 29 beneficiarios, quienes recibieron aproximadamente el 70% del territorio misionero.

En la provincia de Santiago del Estero fueron vendidas, entre 1898 y 1903, 3.800.000 hectáreas de monte chaqueño a 48 compradores.

El precio que pagaron fue de 0,23 centavos por hectárea, mientras que un durmiente de quebracho, del cual era rica la zona, costaba 1,65 pesos. En el territorio de Formosa solamente se formó una colonia en 1893, con una superficie de 41.360 hectáreas y ubicada en las cercanías de la actual ciudad de Formosa; mientras que la mayor parte del territorio fue repartido entre 14 concesionarios, quienes recibieron 936.730 hectáreas.

De la Ley Avellaneda, destinada a poblar los territorios nacionales con colonos europeos que se establecieran como productores agrícolas independientes, poco había quedado. Las grandes propiedades de la región chaqueño-misionera se formaron al amparo de la asfixia financiera de las colonias, al no votar el Congreso los fondos destinados a solventar las necesidades primarias de los potenciales agricultores del territorio misionero.

Pero es necesario reconocer que la apertura del bosque y de la selva originales realizada por las empresas forestales hizo accesibles extensos campos de tierras fiscales a potenciales pobladores, y las estaciones ferroviarias, especialmente las construidas sobre líneas estatales, sirvieron de cabecera de asentamientos rurales en las nuevas tierras. Antes de que existiera un pueblo, la estación ferroviaria -igual que en la región pampeana- ya proporcionaba servicios elementales, que luego se irían ampliando a medida que la población se iba asentando en las tierras fiscales aledañas. La disputa por la tierra entre los distintos sectores, grandes empresas y colonos, se mantuvo latente hasta que las condiciones sociales y políticas nacionales permitieron reactualizar el viejo proyecto colonizador. Su consolidación, al menos en algunas áreas, otorgó una nueva fisonomía al espacio y a la sociedad regional.

El hachero y sus condiciones de vida y trabajo en los obrajes del Chaco. OSCAR ERNESTO MARI
Durante el apogeo de la actividad forestal en el Chaco, la labor de un "hachero" consistió habitualmente en cortar y procesar árboles previamente seleccionados de "quebracho colorado", que tiene una de las maderas más duras que existen, y a su vez, un alto porcentaje de sustancias tánicas (la resina obtenida de la molienda del quebracho colorado, llamada "tanino", es utilizada hasta el presente para curtir cueros. Esta especie arbórea diseminada en el Chaco, es la que brinda en mayor abundancia y calidad este producto). Los ejemplares buscados eran los más volu-minosos (rollizos), de mayor utilidad tanto para la fabricación de vigas como para la extracción de tanino curtiente.

Las tareas se realizaban en pleno monte entre varios hombres en medio de carencias, incomodidades y peligros. Se subdividían en cortadores, picadores, labradores, y carreros, todos bajo la dirección de un capataz. El trabajo era durísimo y se llevaba a cabo desde horas tempranas hasta el crepúsculo, entre enjambres de mosquitos y otras alimañas que acosaban especialmente en los días calurosos.

Al cabo de varias horas de hachado, el quebracho caía en un claro previamente despejado, e inmediatamente se procedía a su trozado y labrado (quitado de corteza) en el mismo sitio. Posteriormente se cargaba esta mole en un alzaprima o "Cachapé", rústico carruaje tirado por bueyes que atravesaba el "varadero" (senda) hacia la vía fluvial más cercana en caso de haberla, o hacia la "playa" de acopio. Se denominaba "playa" en un obraje, al espacio abierto y plano en donde se acopiaban los rollizos (troncos de quebracho para su selección, y posterior transporte. De la misma manera, se asignaba este nombre al espacio amplio y plano que circundaba a las estaciones ferroviarias, en donde también se estacionaban productos o pasajeros (como los jornaleros o cosecheros, por ejemplo), a la espera de su contratación por los dueños de las chacras u obrajes.

En un día, un grupo de veinte hombres podía "terminar" hasta tres ejemplares, y las labores sólo eran interrumpidas al mediodía para comer una porción de maíz cocido con charque ("Charque" o "Charqui": Son tiras de carne saladas y secadas al sol. De esta forma se obtiene un prolongado período de conservación.).

Al término de la faena diaria, estos jornaleros retornaban tras larga caminata a sus "ranchos", que no eran más que precarias e insalubres chozas de palo y paja perdidas en la espesura del monte. Según informes sanitarios de la época, la vida de estos hombres raramente se extendía más allá de los cuarenta años en condiciones saludables.

Sobre las condiciones de vida de estos trabajadores, el escritor Juan Ramón Lestani supo expresar su cruda opinión, aunque bastante ajustada a la realidad:

"Si alguna vez se ha hablado de las condiciones miserables del trabajo humano, hay que poner en primera plana lo que ocurre en los obrajes del Chaco. La inhumanidad del trato es indescriptible; trabajadores como bestias ambulan por las selvas en medio de los constantes peligros naturales, viviendo al abrigo de los árboles, sin vestimenta casi, alimentándose algunas veces con carne que se proveen en la Administración de la empresa, donde se faenan todos los bueyes flacos desahuciados para el trabajo, pues cuando se trata de carne gorda, tiene mejor mercado en la población más cercana. Al obraje va lo último. La carne se convierte en "charqui", y cuando no, se la tiene que comer en pésimo estado, llena de gusanos, lavada y hecha hervir con agua de charcones de los montes, generalmente sucia y verde...

La explotación del trabajador no tiene límites; el contratista roba en el peso, estafa en la medición de calidad, y luego paga el saldo con vales. Estos se canjean en las proveedurías -infierno cartaginés-, donde también completan cargándoles los precios en un cien por ciento, pesándose las mercaderías con kilos de 700 gramos, y cuando quedan todavía algunos pesos en el haber del peón, no falta el empresario de taba que invita, donde se esfuman los últimos centavos entre la caña y el juego" (Lestani, 1935: 29-30)

En una pequeña "pampa" rodeada enteramente por monte nativo, convergían todas las actividades del establecimiento. Desde allí penetraban las "picadas" hacia distintas direcciones, y por las mismas retornaban los "cachapés" con su valioso cargamento hacia la "playa", ubicada en el centro de este claro.

Allí estaba la casa del dueño o administrador (generalmente de ladrillos), y en su periferia, más bien alejadas, se hallaban algunas casuchas de palo y otras de adobe y paja (ranchos) donde vivían las familias de los peones que trabajaban en la "playa". Esta se hallaba cubierta de pilas de leña y rollizos desparramados a la espera de vagones que allí arribaban por improvisados desvíos que solían desprenderse del ramal ferroviario más cercano. Pavlotzky, 1947: 54).

Los jornaleros de esta "playa" estaban regenteados por el "capataz", que según representaciones típicas de la época, solía ser un "...chinazo regordete y panzón, generalmente ex-agente de policía, exonerado por sus abusos, pero precisamente por ello, muy buscados por los patrones, ya que sabían "tratar" a la peonada, especialmente a los haraganes..." (Pavlotzky, 1947: 54)

Dentro de la "playa" se ubicaba también la "proveeduría", almacén perteneciente al propio establecimiento, del cual podía sacarse "a cuenta" todo lo que consumía un típico jornalero; alimentos, géneros, ropas, ferretería, artículos de bazar y perfumería, y sobre todo, bebidas alcohólicas.(Pavlotzky, 1947: 55)

En estos obrajes, que podían llegar a tener hasta 500 hacheros, convivían hombres provenientes de distintas regiones, pero fundamentalmente, de las vecinas provincias de Corrientes y Santiago del Estero. En tales casos, la asistencia médica para los afectados era casi una excepcionalidad, confiándose normalmente la atención de los pacientes a los "curanderos" del lugar o zona aledaña. Los tratamientos, basados generalmente en la herboristería, no dejaban sin embargo de ser efectivos ante la falta de otras opciones, sobre todo en lo concerniente a heridas o picaduras ponzoñosas.

Por ejemplo, para la cicatrización y desinfectado, los curanderos aplicaban barro con moho de agua estancada, que daba buen resultado; lo mismo acontecía con las mordeduras de víbora, para las que -independientemente de la especie-, el antídoto recomendado era la masticación de la cáscara de la raíz del "Palo Mataco". (Pavlotzky, 1947: 63-65).

Ahora bien, todo este conjunto de hombres después de cinco o seis jornadas continuas de dura labor, sólo podía encontrar entretenimiento en las "tabeadas" de los fines de semana, que a la sazón, eran una de las pocas ofertas de esparcimiento que disponía este entorno. Las tabeadas era un juego de azar muy común en el ámbito rural argentino que consiste en arrojar a una distancia de seis a diez metros, una sección (ya seca de hueso de la pata del animal vacuno que se llama "Taba". Dicha sección tiene dos lados planos distintos, y según la cara en que caiga, significa "suerte" o "mala suerte" para quien la arrojó. Se juega por dinero, o por cualquier posesión que puedan apostar los jugadores El juego de "taba", muy común y extendido en los ámbitos rurales de la Argentina solía acarrear consecuencias no deseadas, especialmente para los empleadores. Al desarrollarse en parajes relativamente distantes a los establecimientos forestales, los hacheros se ausentaban por varios días luego de un fin de semana de diversión y alcohol, abandonando literalmente sus labores. Precisamente por esta combinación, estos eventos terminaban casi siempre con pleitos, riñas y heridos.

La irrefrenable propensión a este juego entre los jornaleros, sumada a las pérdidas antedichas, motivó que algunos establecimientos terminaran permitiendo estas actividades dentro de sus predios, con lo cual se garantizaban por un lado las ventas (de bebidas alcohólicas) de la propia proveeduría en esos días, y por otro, la normal prestación laboral desde el mismo inicio de la semana, y hasta incluso, se asegura que se lograba un aumento en la productividad. (Pavlotzky, 1947: 93-94)

En un informe de diagnóstico y propuestas respecto a las características de trabajo y medio social de los obrajes, se propusieron algunas medidas correctivas, aunque no siempre atinadas. Por ejemplo en cuanto al funcionamiento de las proveedurías, si bien afirmaban que la mayoría de los administradores de los obrajes no tenía interés en este negocio -aunque instalaban bocas de expendio a fin de evitar males mayores ya que no había otra manera de abastecer a los hacheros-, estimaban sin embargo necesaria una reglamentación de las ya existentes, y mejores controles, por lo cual proponían que debía establecerse la obligatoriedad de vender sólo productos envasados, lo cual permitiría una mayor higiene, y exactitud en los pesos y medidas.

Así mismo, sus precios deberían ser fijados previamente por una Junta Honoraria, y se impondría la obligatoriedad de la emisión de boletas "por duplicado" de cada venta. De la misma forma, deberían colocarse en lugares bien visibles la lista de precios vigente. Pero por otra parte, el trabajo en las fábricas de extracto de quebracho, en donde se suponía existían mejores controles, no difería demasiado de las deplorables condiciones en las que se desarrollaba la labor de los hacheros:

"El trabajo del obrero de las fábricas de tanino es rudo, penoso y malsano como pocos. Es también muy peligroso, como lo comprueban los frecuentes accidentes que ocurren en la fábrica. En algunas secciones, la de los toneles en que se hierve el aserrín por ejemplo, se trabaja en un ambiente tan cargado de vapor que impide ver las personas y los objetos colocados a un metro de distancia, y en otras, el aserrín ahoga y enceguece. Por cada abertura del edificio se eleva una columna de vapor, y éste, impregnado de sustancias corrosivas, agujerea y destruye los techos en pocos meses. La luz eléctrica que difícilmente traspasa la enorme masa flotante, la ilumina con claridades de luna.

Detrás de ella estalla el estrépito de sus trituradoras, y el incesante, acompasado y pesado jadeo de sus bombas y motores".

Debemos recordar en este sentido, que algunas manifestaciones del sistema opresivo en la industria forestal comenzaron a apreciarse durante la rebelión obrera ocurrida en 1921 en inmediaciones de la Compañía "La Forestal", en el norte de Santa Fe, en un movimiento que tuvo repercusiones en el Chaco, donde esta Compañía tenía otros establecimientos. Entre 1919 y 1921 hubo una serie de conflictos luctuosos en la región Chaco-Santafesina, que en cierta medida estuvieron en sintonía con movimientos similares ocurridos en otros puntos de la Argentina. En 1920 hubo un fuerte estado de conflictividad entre los obreros y la parte patronal del Ingenio "Las Palmas", ubicado en la localidad homónima de Chaco. Este Ingenio, y tal como han coincidido varios autores, era "un Estado dentro del Estado"; una Compañía de capitales británico-argentinos dedicada a varios rubros -incluyendo el forestal-, con 2000 trabajadores; en donde las condiciones laborales eran tan extensas como opresivas; donde se pagaban bajos sueldos en vales; y donde no era posible comprar mercaderías fuera de la propiedad, ni ejercer el comercio sin autorización de la empresa. En diciembre de 1919 hubo un paro exitoso en el que los trabajadores consiguieron acortar la jornada laboral, y el cobro de haberes en moneda nacional. Sin embargo, en mayo de 1920 la Cía. inició una contraofensiva de control obrero con ayuda de miembros de la entonces "Liga Patriótica". Luego de varios incidentes (huelgas y enfrentamientos aislados) el conflicto se agudizó produciéndose un sangriento choque entre obreros y fuerzas de la empresa y la Liga entre el 9 y el 10 de agosto de ese año, con decenas de víctimas. El conflicto culminó el 20 de agosto, luego de la intervención del Ejército. Posteriormente, a comienzos de 1921, se repitieron similares incidentes, y casi por los mismos motivos, en otra de las grandes Compañías enclavadas en el Chaco, "La Forestal", de capitales británicos, monopolizadora de la actividad taninera en Chaco y norte de Santa Fe, y con una estructura productiva y laboral similar a la de "Las Palmas". Precisamente en los pueblos del norte de esta provincia ligados a la actividad de la empresa, se produjeron huelgas y enfrentamientos entre obreros con la policía privada de la Cía. y agentes de la "Liga Patriótica". Dichos conflictos fueron descriptos por la literatura histórica y recreados en el Filme "Quebracho", entre otras muestras. (La bibliografía sobre estos temas es bastante amplia y variada, pero una síntesis de estos conflictos puede hallarse en: Girbal de Blacha, 1993: 5-30; y también en Mc Gee Deutsch, 2003: 129-135). Aún con estos movimientos que sacaron a la luz una metodología casi feudal en las prácticas laborales, las condiciones de vida y trabajo en las explotaciones forestales no variaron sustantivamente durante las décadas siguientes, tal vez porque la propia declinación de la actividad iniciada a mediados de la década del veinte, tornaba improbable el sacrificio de una ya disminuida rentabilidad en beneficio de los trabajadores. Aunque parecería una cuestión accesoria, es importante destacar sin embargo el legado cultural dejado en la región por estas grandes masas de jornaleros, que provenientes de las provincias vecinas, terminaron afincándose en apreciable porcentaje cuando declinó la actividad y mudó el ciclo económico. Especialmente en el sector sud-oriental, donde prevaleció la actividad forestal, quedó conformado un estrato social que impregnaría definitivamente las pautas culturales de sucesivas generaciones en las clases populares del Chaco. Al provenir los hacheros mayoritariamente de la vecina provincia de Corrientes, quedó arraigado ese sedimento cultural tan distintivo como lo es el de la tradición guaraní

Ciclo del Algodón. La colonización del Chaco austral . OSCAR ERNESTO MARI
A partir del decreto presidencial del 11 de julio de 1921 se libraron más de un millón de hectáreas a la colonización agrícola, creándose un conjunto de colonias en el centro y sudoeste y previendo un régimen de adjudicación de la tierra más justo y acotado que, aunque en la práctica se demostraría burocratizado y excesivamente lento, resultaría al cabo más controlado que en las etapas anteriores.

En este preciso momento se presentaban condiciones inmejorables para el poblamiento exitoso del interior del Chaco a costa de los territorios de los pueblos originarios. El precio del algodón en los mercados internacionales aumentaba considerablemente y el área agrícola recientemente incorporada reunía condiciones óptimas para su cultivo.

Estaba abierta la entrada a la inmigración extranjera y se disponía de una flamante red ferroviaria capaz de sacar la producción hacia los puertos fluviales.

La demanda de fibra continuaría su incremento en los años subsiguientes debido a la disminución de la producción algodonera de Estados Unidos como consecuencia de la plaga del picudo (1922), por lo cual un proceso colonizador basado en esta actividad tenía el éxito asegurado.

Este es el momento en el que se advierte una modificación fundamental en la fisonomía económico-social del Chaco y puede hablarse con propiedad de un cambio de ciclo. Si bien la actividad extractivo-forestal otrora floreciente nunca desaparecería, desde 1918 se había iniciado un período declinante y, aunque gozó de algunos repuntes temporales, ya no volvería a tener la importancia que tuvo en las décadas anteriores. La fuerza que adquirió el cultivo algodonero y sus efectos dinamizadores, permiten marcar aproximadamente en esta época, una "transición" entre el llamado "ciclo forestal" o del tanino, y el nuevo "ciclo algodonero".

Avance de la colonización en Chaco y Formosa 1903 - 1930

Lo que se conoce como la segunda etapa colonizadora en el Chaco, que normalmente está asociada al cultivo de algodón, y que comenzó a mostrarse con toda claridad a principios de la década del veinte, es un proceso que en realidad tiene sus orígenes en el primer lustro del siglo XX, y para su correcta comprensión, se hace necesario distinguir sus distintas fases.

Disminuido el impulso de la primera etapa de la colonización oficial en la zona oriental, y comprobado el despropósito de la dispendiosa política de adjudicaciones de grandes extensiones a concesionarios o empresas que le sucedió, a partir de 1907 se retomó el concepto de crear colonias (pastoriles y mixtas) de superficies moderadas y fiscalizadas por el Estado.

Las primeras colonias creadas con este mecanismo serían ubicadas en el sector noreste y orientadas hacia el río Bermejo.

Esta renovada iniciativa colonizadora, si bien favoreció la llegada de un frente pionero que elevó de 21.000 a 43.000 el número de habitantes del Chaco entre 1905 y 1912, fue netamente nacional en tal período, con contingentes provenientes mayoritariamente de la vecina provincia de Corrientes que no tuvieron relación con el cultivo algodonero, puesto que éste se hallaba aún en etapa de ensayo y otras actividades suscitaban mayor interés, como las forestales o las vinculadas al cultivo de la caña de azúcar, por ejemplo.

Ya desde 1904 hubo algunos incentivos oficiales para producir algodón en el Chaco, como distribución gratuita de semillas y folletos explicativos, por ejemplo, pero su cultivo no arraigó lo suficiente por el mayor interés que suscitaban las actividades forestales y por falta de estímulos en los precios.

La oportuna política inmigratoria incentivó la entrada de nuevos contingentes pobladores —esta vez extranjeros—, que provinieron fundamentalmente de la Europa del Este. En esta nueva oleada colonizadora arribaron al Chaco unos 16.000 inmigrantes europeos entre 1923 y 1930, y unos 4.200 se agregarían más tarde, entre los años 1931 y 1936. Estos "gringos" fueron los que se distribuyeron entre las quince colonias creadas tras el decreto de 1921 en las tierras ganadas del centro y oeste del Territorio.

Allí es donde floreció la actividad algodonera que daría identidad al nuevo ciclo que se iniciaba vigorosamente.

En este período, y a diferencia de las etapas anteriores, el minifundio caracterizó la ocupación del espacio fiscal del interior del Chaco, ya que se asignaron parcelas que promediaron las 50 hectáreas, tamaño por entonces suficiente para explotaciones de tipo familiar. El apogeo del cultivo ocurrido entre la segunda mitad de la década del veinte y la totalidad de la siguiente generó un paisaje agrario muy peculiar donde todo giraba en torno al algodón. La periódica afluencia de braceros para carpida y cosecha dinamizaba el comercio y, por su propia lógica, la actividad demandó distintos servicios y propició a su vez un proceso de industrialización primaria que se concentró básicamente en el desmotado de los capullos y la fabricación de aceite con su semilla. La instalación de desmotadoras, empresas de acopio, industrias aceiteras y casas comerciales de ramos generales fue exponencial y la cadena de servicios en función de esta producción se multiplicó considerablemente.

Los catorce años transcurridos desde 1920 hasta 1934 cambiarían la fisonomía económica y demográfica del Chaco. De 60.500 habitantes se pasa a 214.000 en este periodo y para 1936 se calculaban ya en 314.000, registrándose así el crecimiento poblacional más alto de todas las jurisdicciones argentinas en la época. De este modo y en pocos años, el llamado "oro blanco" convirtió al Chaco en una de las jurisdicciones más prósperas de la Argentina, atrayendo con su dinámica a miles de inmigrantes internos y externos y a emprendedores de diversos oficios que deseaban encontrar un futuro prometedor en este paraíso productivo. A raíz del ciclo algodonero, el Chaco se convirtió en principal productor a nivel nacional y adquirió una identidad distintiva que preservaría a lo largo de varias décadas.

Al respecto debe recordarse que la ley 1532 de organización de los Territorios Nacionales colocó a estos espacios bajo un ceñido tutelazgo estatal, lo cual impli caba que sus autoridades eran designadas por el Poder Ejecutivo Nacional y que sus habitantes tenían derechos civiles pero carecían de derechos políticos, salvo aquellos que podían ejercerse en los municipios constituidos. Se suponía que esta tutoría garantizaba al gobierno central un control absoluto sobre la evolución de estas jurisdicciones y su paulatina, gradual (y pacífica) inserción en la vida nacional.

De esta forma, durante esta etapa institucional —que en el caso del Chaco se mantuvo desde 1884 hasta 1951—, la administración descansó sobre un gobernador que dependió directamente del Ministerio del Interior y duraba tres años en el ejercicio de sus funciones. Era nombrado por el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado y estaba encargado, como autoridad superior del Territorio, de velar por el cumplimiento de las leyes y disposiciones nacionales. A las órdenes del gobernador se hallaba la policía territorial y un limitado plantel administrativo que se incrementó o disminuyó según la época, o bien de acuerdo a las características de gestión de cada gobernante. De todos modos, en general las funciones de esas autoridades fueron más de gestión que de resolución y sus decisiones estuvieron casi siempre sujetas a la aprobación del ministerio del interior.

Masacre de Napalpí y Rincón Bomba. HÉCTOR HUGO TRINCHERO
Los primeros datos que se tienen de la colonia aborigen Napalpí se remiten a un Censo realizado en 1913 por la propia administración de la Reducción. Según sus datos, residían allí 344 Tobas (Qom), 312 Mocoví (Mocqoi) y 38 Vilelas. En un mensaje del año 1913, el presidente Roque Sáenz Peña comenta que:

La reducción cuenta con 500 indios que trabajan en ella [y agrega que] el último censo realizado en los territorios nacionales ha revelado los progresos y adelantos de los indígenas. [Con respecto a las tierras, expresa]...se ha decretado la reserva de superficies susceptibles de explotación agrícola (...) la que unida a las motivadas por necesidades de usos fiscales (...) reducciones indígenas (...) abarcan una superficie total de 1.935.435 hectáreas, 16 áreas y 76 centiáreas... (cit. Silva, 1998: 58).

Para el año 1915 ya habitan en Napalpí unos 1.300 aborígenes; en ella, según señala el presidente de la Nación Victorino de La Plaza, "...trabajan y van siendo civilizados, con resultados financieros halagadores, y puesto que ésta se autofinancia, probablemente se funde una reducción similar en dicho año" (cit. Silva, 1998: 58).

La reducción Napalpí, como otras, es el resultado de una política de asentamiento territorial de la población sobreviviente de las campañas de exterminio en el norte argentino.

Dicha política queda expresada en otro mensaje dado en 1916, que afirma que: ...por medio del avance de los fortines se han ido entregando a las autoridades civiles extensas zonas, en donde se asientan poblaciones. [Además de la acción militar, manifiesta que] el gobierno ha fundado dos reducciones civiles, la de Napalpí, en 1913 en el Chaco, integrada por 1.600 indios que trabajan y estudian, y la de Bartolomé de las Casas, en 1915 en Formosa. [Los resultados satisfactorios, asegura,] permiten afirmar que el sistema, que se ha utilizado también en el extranjero, hace posible la incorporación de los indios a la civilización. (...) en ambas reducciones hay cerca de 2.500 indios mansos, trabajadores, cuyos hijos van a la escuela sin que haya sido menester la presencia, en ningún momento, no ya de tropas, pero ni siquiera de un solo gendarme de policía" (cit. Silva, 1998: 16).

La masacre de Napalpí tuvo lugar el 19 de julio de 1924. Según la mayoría de las versiones conocidas, el hecho que provocó el malestar de los residentes de la reserva fue un decreto del entonces gobernador del Territorio Nacional del Chaco y Formosa, Fernando Centeno (siendo presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear), mediante el cual y por la presión de los productores de algodón, se prohibía la salida de los integrantes de la reserva del ámbito del territorio nacional.

Tal como ha sido analizado en distintos trabajos, los pobladores indígenas del Gran Chaco argentino anualmente migraban o eran llevados hacia los ingenios azucareros del ramal saltojujeño como mano de obra. Independientemente de las condiciones de explotación que vivían en los ingenios, éstas eran no obstante relativamente mejores que las presentes en los algodonales, en los cuales los terratenientes pretendían que los indígenas trabajen sin pago alguno (Salamanca, 2008). Melitona Enrique, sobreviviente de la masacre, luego de décadas de silencio y antes de morir relató que previamente a la masacre en Napalpí:

Los aborígenes se amontonaban para el reclamo. Le pagaban muy poco en el obraje, por los postes, por la leña y por la cosecha de algodón. No le daban plata. Sólo mercadería para la olla grande donde todos comían. Por eso se reunieron y reclamaron a los administradores y a los patrones. Y se enojaron los administradores y el Gobernador... (Solans, 2007: 85).

La preocupación oficial por la fuerza de trabajo indígena se explica por el proceso de expansión que venía desarrollando la producción algodonera en aquel territorio. Así, en 1895, la superficie sembrada de algodón en el Chaco era de sólo 100 hectáreas. En 1923, Chaco se perfilaba como el primer productor nacional de algodón y sus cultivos ya alcanzaban las 50.000 hectáreas, en consonancia con la duplicación en pocos años del precio de la tonelada (Iñigo Carrera, 1983).

La huelga implicó la concentración de aproximadamente un millar de aborígenes Toba (Qom), Mocoví (Mocqoi) y campesinos originarios de la provincia de Corrientes, que se habían refugiado en el monte como respuesta a la tensa situación social que acarreaba la explotación de los hacendados y de los administradores de la Reducción en un predio denominado El Aguará, al este de la Reserva, cerca de lo que hoy es la ruta provincial Nº 10 (Chico y Fernández, 2008). La huelga afectaba tanto la producción de la propia Reducción, en la que se cultivaba algodón que los administradores negociaban en el mercado, como la de las chacras cercanas.

Con la excusa de una sublevación indígena,...el 18 de julio, Centeno dio la orden de proceder con rigor para con los sublevados y en la mañana del 19 de julio de 1924 más de 130 policías y algunos civiles rodearon la reducción aborigen de Napalpí, y con la ayuda de un avión biplano, el 'Chaco II', arrojaron sustancias químicas para incendiar la toldería y el monte que los albergaba. Cuando comenzaron a salir hombres, mujeres y niños, desarmados y con las manos en alto, fueron acribillados a balazos. Durante 45 minutos no dejaron descansar las armas, disparando más de

5.000 cartuchos de fusiles Winchester y Mauser (Solans, 2007: 127).

Pedro Solans (2007) indica que el total de víctimas fue de 423, entre indígenas y cosecheros de Corrientes, Santiago del Estero y Formosa. El 90% de los fusilados y empalados eran Mocoví y Toba. Algunos cadáveres fueron enterrados en fosas comunes, otros incinerados. Se estima que lograron escapar 38 niños. La mitad fueron entregados como sirvientes en Quitilipi y Machagai, mientras el resto murió en el camino. También se salvaron 15 adultos, entre ellos Melitona, una de las pocas mujeres que tuvo la fortuna de no ser violada.

El relato de los historiadores y algunos sobrevivientes es desgarrador. En el libro Memorias del Gran Chaco, Mercedes Silva (1998) señala que Pedro Maidana, el cacique Mocoví líder de la protesta, fue muerto de forma salvaje: "Le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como trofeo de batalla" (Chico y Fernández, 2008: 40).

Sin introducirnos en las particularidades de la huelga como así tampoco en las negociaciones previas y la masacre posterior dirigida por el propio Gobernador, es importante resaltar la emergencia de retóricas estigmatizantes que se anclan en preceptos similares a los erigidos durante las campañas de exterminio del ejército. Así, por ejemplo, la protesta indígena fue titulada por los principales medios de comunicación de la época como una sublevación y que podría derivar en un "malón" que atacaría la ciudad de Resistencia.

También, y dado que no hubo una sola baja de las fuerzas de represión, los medios de comunicación plantearon la masacre como un combate armado entre las comunidades indígenas. Así, el texto del periódico "La Voz del Chaco" del 21 de julio de 1924 es sintomático:

La tranquilidad ha renacido en la zona del levantamiento indígena. En el campamento de Aguará libróse un reñido combate entre indios mocovíes y tobas. La indiada se ha dispersado completamente después de dejar sobre el terreno unos cincuenta muertos.

Es decir, una masacre es presentada inmediatamente y sin información que la sostenga como una revuelta entre los propios indígenas. Sin embargo, el 29 de agosto de aquel año -cuarenta días después de la matanza-, frente a las denuncias presentadas ante el Congreso Nacional, el ex director de la Reducción de Napalpí, Enrique Lynch Arribálzaga, escribió una carta que fue leída en el Congreso Nacional:

La matanza de indígenas por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presentes en la carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados.

En el libro Memorias del Gran Chaco, la historiadora Mercedes Silva, confirma el hecho y cuenta que al mocoví Pedro Maidana, uno de los líderes de la huelga «se lo mató de manera salvaje y se le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como trofeo de batalla».

En el libro Napalpí, la herida abierta, el periodista Mario Vidal detalla: «El ataque terminó en una matanza, en la más horrenda masacre que recuerda la historia de las culturas indígenas en el siglo XX. Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que en los toldos no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido. Los heridos fueron degollados, algunos colgados. Entre hombres, mujeres y niños fueron muertos alrededor de doscientos aborígenes y algunos campesinos blancos que también se habían plegado al movimiento huelguista».

Un reciente microprograma de la Red de Comunicación Indígena destacó:
Se dispararon más de 5000 tiros y la orgía de sangre incluyó la extracción de testículos, penes y orejas de los muertos, esos tristes trofeos fueron exhibidos en la comisaría de Quitilipi. Algunos muertos fueron enterrados en fosas comunes, otros fueron quemados.

En el mismo audio, el cacique toba Esteban Moreno, contó la historia que es transmitida de generación en generación:

En las tolderías aparecieron soldados y un avión que ametrallaba. Los mataron porque se negaban a cosechar. Nos dimos cuenta que fue una matanza porque sólo murieron aborígenes, tobas y mocovíes, no hay soldados heridos, no fue lucha, fue masacre, fue matanza, por eso ahora ese lugar se llama Colonia La Matanza.

En julio de 1924, Federico Gutiérrez (corresponsal del diario La Razón) escribió: «Muchas hectáreas de tierra flor están en poder de los pobres indios, quitarles esas tierras es la ilusión que muchos desean en secreto».

Napalpí no fue una matanza aislada, sino una práctica recurrente del poder político y los terratenientes - con la mano de obra policial o militar - para privar a los pobladores originarios de su forma ancestral de vida e introducirlos por la fuerza al sistema de producción. Todos los historiadores revisionistas coinciden en esa mirada y, en el libro La violencia como potencia económica: Chaco 1870-1940, Nicolás Iñigo Carrera afirma:

«Los aborígenes de la zona chaqueña vivían sin la necesidad de pertenecer al mercado capitalista. La violencia ejercida hacia ellos, por la vía política con la represión y por la vía económica tuvo como objetivo eliminar sus formas de producción y convertirlos en sujetos sometidos al mercado. [...] Se comenzó a privar a los indígenas de sus condiciones materiales de existencia. Se inició así un proceso que los convertía en obreros obligados a vender su fuerza de trabajo para poder subsistir, premisa necesaria para la existencia de capital. Un modo de vivir había sido destruido».

Además de someterlos, el gobierno quería ampliar los cultivos, dar tierra a grandes terratenientes y concentrar a los indígenas en reservas. Siempre la versión oficial, «civilizadora y cristiana», hablaba de malones o enfrentamientos despiadados. Pero los muertos siempre eran pobladores originarios. Acerca de estos imaginarios combates, el historiador Alberto Luis Noblía remarca que «las naciones aborígenes chaqueñas no practicaron el malón, usual en otros pueblos. Todo lo contrario, los inmigrantes llegados de Europa nunca fueron perseguidos por los entonces dueños de las tierras. Al contrario, el colono supo encontrar en el indígena mano de obra barata».

El 21 de julio de 1925 —un año después de la matanza—, el ministro del Interior, Vicente Gallo, reconocía los deseos del presidente Alvear: «El Poder Ejecutivo considera que debe encararse definitivamente, como un testimonio de la cultura de la República, el problema del indio, no sólo por razones de humanidad y de un orden moral superior, sino también porque una vez incorporado a la civilización será un auxiliar valioso para la economía del norte del país».

Los testimonios de testigos oculares hablan de unos doscientos muertos. Las fuentes coinciden en señalar que no hubo resistencia alguna por parte de los indígenas, por lo que el hecho fue, en la práctica, un fusilamiento masivo seguido de actos aberrantes:

...les extraían el miembro viril con testículos y todo, que guardaba la canalla como trofeo... Los de Quitilipi declararon luego que estos tristes trofeos fueron exhibidos luego, haciendo alarde de guapeza en la comisaría... Para completar el tétrico cuadro, la policía puso fuego a los toldos, los cadáveres fueron enterrados en fosas... hasta ocho cadáveres en cada una... (y algunos quemados).

Ninguno de los hombres que cometieron la masacre murió o resultó herido y nunca se realizó una investigación ni se llevó a juicio a los culpables.

Rincón Bomba. HÉCTOR HUGO TRINCHERO
Hacia finales del mes de abril de 1947, llegan al ingenio San Martín del Tabacal alrededor de mil aborígenes provenientes del oeste de la actual provincia de Formosa. Fueron llevados hasta allí, a más de trescientos kilómetros de sus residencias, por contratistas de los ingenios para trabajar en la cosecha de la caña de azúcar, tal como se realizaba todos los años (la zafra se iniciaba en el mes de mayo y finalizaba en diciembre). En el monte, los contratistas habían acordado con los caciques representantes de cada parcialidad y grupo étnico -principalmente Toba, Pilagá, Mocoví, Chorote y Wichí- una paga diaria de $6. Sin embargo, una vez iniciados los trabajos y ante la primera paga, los "ingenieros" (capataces que organizaban el trabajo de cosecha en el terreno) sólo les ofrecieron una remuneración de $2,50.

Semejante situación provocó la indignación de los braceros aborígenes, quienes reaccionaron dejando de trabajar, protestando reiteradamente y pretendiendo hablar con la patronal del ingenio, lo que no lograron concretar. Por el contrario, la reacción de la patronal fue militarizar el campo del ingenio en donde se produjeron algunas represalias.

Algunos relatos registrados son elocuentes de la situación producida:
"Yo estaba con esa gente, porque fui junto con los Chorote cuando viajamos al ingenio. Los milicos me agarraron y me metieron en el corral de las mulas, entonces los milicos revisaron a la gente, los tocaban para ver si tenían cuchillos y otras armas.

Entonces, cuando los milicos nos agarraron, le dije a mi compañero: 'Hay que guardar bien los cuchillos'. Entre nosotros conversábamos sobre qué podíamos hacer cuando estábamos en el corral de las mulas. Yo pensaba que los milicos nos iban a meter tiros, pero ellos sólo nos quitaron las cosas... Eso era lo que hacían los milicos. A veces yo me acuerdo de lo que pasaba antes. Nosotros les teníamos mucho miedo a los milicos. Las mujeres tenían más miedo todavía. A ellas también las metieron junto a los hombres en el corral de las mulas. Al rato llegó un hombre que se llamaba Lucio Cornejo y al llegar dijo: 'Miren hijos, ustedes no van a tener problemas'. Así era lo que dijo Lucio Cornejo. Entonces, el problema con los milicos pasó.

El patrón dijo: 'Bueno ahora ustedes no tienen más problemas, pero se tienen que volver a sus casas'. Entonces ese hombre le pagó muy mal a la gente. A algunos les dio cien pesos, a otros les dio cincuenta pesos (...) El ingeniero no daba medicamentos a la gente. Él tenía, pero no le quería dar a la gente. Cuando alguien se enfermaba, lo dejaba ahí nomás. No tenía ninguna atención hasta que se moría. Cuando se enteraba de que alguien estaba enfermo, decía que no era enfermedad lo que tenía, sino que había tomado mucha caña y se burlaba de la gente. Ellos usaban a la gente como esclavos. Pero al otro año, cuando llegaba el contratista, igual la gente se enganchaba".

Finalmente, y luego de las escaramuzas, los aborígenes son rápidamente dejados fuera del ingenio El Tabacal; "volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por ferrocarril..." (Diario "Norte", 13 de mayo de 1947).

El regreso a pie hacia Formosa debe de haber sido desgarrador. Hambreados y cargando con sus pertenencias, hombres, mujeres y niños, de los cuales no pocos murieron.

En las cercanías de Las Lomitas, en un descampado ubicado a unos 500 metros del pueblo y según un texto de Teófilo Ramón Cruz, se reúnen entre 7.000 a 8.000 indígenas. De acuerdo con este relato el objetivo era llamar la atención "para que se vean nuestras miserias...".

Allí, y en el estado famélico en que se encontraba la mayoría, comienzan a mendigar las madres con sus hijos en brazos, puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan. Una delegación encabezada por el cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba pide ayuda a la Comisión de Fomento de Las Lomitas y al jefe del Escuadrón 18 de Gendarmería Nacional, comandante Emilio Fernández Castellanos. Al principio algunos se solidarizan, incluso el jefe del Escuadrón de Gendarmería, como algunos de los hombres a su mando, se preocupan ofreciéndoles yerba, azúcar, algunas ropas y algo de ganado en pie, aunque obviamente sin poder alcanzar a cubrir aunque sea mínimamente las necesidades. La situación se hizo cada vez más desesperante. En uno de esos días y, luego de recibir algunas provisiones, hubo muchas indigestiones, y hasta dos muertes, más la madre del propio Pablito (el cacique).

Amanecieron indigestados y, debido al fuerte descenso de la temperatura en horas de lanche, resfriados y engripados, aduciendo entonces "haber sido envenenados". Frente a todo esto, el presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, comunica la situación al gobernador federal solicitándole el urgente envío de ayuda humanitaria.

El gobernador hace lo mismo con el ministro del interior de la Nación, haciéndole conocer la gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para afrontarla. Este, a su vez, le hace saber al presidente Juan Domingo Perón, quien ordena inmediatamente, como parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo social, el envío de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con alimentos, ropas y medicinas. La carga llega a la ciudad de Formosa en la segunda quincena del mes de septiembre, consignada al delegado de la entonces Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz.

El tren con el cargamento permanece en la estación de trenes, a la intemperie, diez días aproximadamente. Enterado el gobernador de la injustificada demora y consciente de la situación de los indígenas, conmina por intermedio y en persona del jefe de la Policía Nacional de Territorios, al delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, la inmediata partida del cargamento. Finalmente, a la estación de Las Lomitas llega un solo vagón lleno con alimentos y dos semivacíos, los primeros días de octubre de 1947. La mayor parte de la carga está en mal estado por el tiempo transcurrido entre el envío y la irresponsable dilación en su entrega por parte del delegado de la Dirección Nacional del Aborigen: harina con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas. Son distribuidos y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos, semidesnudos y debilitados seres humanos (Diario "Corrientes noticias", 29 de junio de 2006. www.corrientesnoticias.com.ar).

Es así que, rápidamente, los "beneficiarios" comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Muchos sufren fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y luego la muerte. Primeramente la de los que se encontraban más débiles (más de cincuenta, mayormente niños y ancianos). "Los gritos y quejidos de dolor en las noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en la noche formoseña. No tenían consuelo" (Diario "Corrientes noticias", 29 de junio del 2006. www.corrientes-noticias.com.ar).

Los primeros muertos son enterrados en el cementerio "cristiano" de Las Lomitas, pero luego, al ser tantos, se niega el ingreso de los cadáveres a dicho cementerio. Por la situación creada, comienza a circular el rumor lanzado a rodar por no se sabe quién, que aquellas sombras de seres humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos, estarían por atacar a no se sabe quién. Las danzas, los cánticos en una lengua desconocida y la música interpretada, no dejan dormir en las noches calurosas a los habitantes del pueblo como tampoco a los hombres y las familias de la Gendarmería Nacional, que viven en el lugar. Se realizan reuniones de vecinos en la sede de la Comisión de Fomento, desde donde se les trasmite nuevamente preocupación a las autoridades de Gendarmería Nacional y nuevos telegramas al Gobernador. Comienza a construirse el imaginario de peligrosidad alrededor de "el último malón indio" (Vuoto y Wright, 1991).

Gendarmería Nacional forma un "cordón de seguridad" alrededor del campamento aborigen. No se les permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los Pilagá. Se colocan "nidos" de ametralladoras en distintos sitios "estratégicos". Ya son más de 100 los gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles a repetición, que día y noche custodian el "ghetto" (Díaz Crousse, 2005). Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10 de octubre, según sigue relatando, Teófilo Ramón Cruz, integrante del destacamento de Gendarmería en ese entonces:

...el cacique Pablito pidió hablar con el jefe (del escuadrón), por lo que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección nuestra. En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y pistolas, origen de un intenso tiroteo del que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego, pensando procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Alia Pueyrredón, sin que nadie lo supiera, hizo desplegar varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos 200 metros de nuestra posición y en medio del monte... (Díaz Crousse, 2005: 1).

En los días siguientes, los Pilagá fueron rodeados y fusilados en Campo del Cielo, en Pozo del Tigre y en otros lugares. Luego, los gendarmes apilaron y quemaron sus cadáveres.

Avión utilizado en el bautismo de fuego de la FAA fue el JU-52T-153 (transporte de refuerzos - personal y material, para las guarniciones de Gendarmería como para el reconocimiento del terreno y localización de los indígenas revoltosos). La Agrupación Transporte de la Fuerza Aérea Argentina, mediante Orden del Día Nº 1657 del 16 de Octubre de 1947 detalla el envío de un avión que salió de El Palomar con rumbo a Formosa.

Según los abogados Díaz y García, fueron asesinados entre 400 a 500 Pilagá. A esto hay que sumarle los heridos, los más de 200 desaparecidos, los niños no encontrados y los 50 intoxicados. En total, en aquellos tristes días murieron más de 750 Pilagá (http://www.incupo.org.ar/junio 2009).

El cosechero de algodón. Origen, tipificación, e influencia en la composición de un nuevo cuerpo social. OSCAR ERNESTO MARI
El "ciclo forestal" comenzó a decaer luego de finalizada la primera guerra mundial, y aunque un número limitado de obrajes y fábricas se mantuvieron en funcionamiento, y hasta tuvieron esporádicos repuntes en los años siguientes, la actividad ya no tendría la misma incidencia que había mostrado hasta ese momento.

Al tiempo en que languidecía la actividad forestal, surgía vigorosamente a partir de la década del veinte, el llamado "ciclo algodonero", con su simultáneo proceso colonizador, su efervescente afluencia humana; nuevas prácticas productivas y laborales, y consecuentemente también, otros problemas en materia social.

La apertura inmigratoria, con incorporaciones étnicas y culturales diversas que vinieron a acompañar el proceso algodonero, transformó previsiblemente el tejido social del Chaco y aparecieron nuevos arquetipos sociales, muy propios de esta etapa.

El denominado "cosechero" o también "bracero" integró juntamente con el "colono" la dupla emblemática de los tipos históricos representativos del período de auge algodonero en el Chaco.

El "cosechero" fue indudablemente uno de los tipos humanos más comunes y extendidos del ámbito rural durante el ciclo algodonero, pero a su vez, integró también uno de los segmentos sociales más "invisibilizados" de esta sociedad en formación. No obstante, por su mayoría numérica y consolidada identidad (ya que provenían de provincias o países limítrofes de arraigadas tradiciones), su periódica y masiva presencia en determinadas épocas del año fue marcando una fuerte impronta en la identidad social del Chaco.

Pero no puede hablarse de un prototipo de características uniformes en el desempeño de este oficio. En los comienzos del ciclo algodonero, las tareas de carpida (cultivo) y recolección del algodón fueron realizadas fundamentalmente por indígenas pacificados, que por ofrecer mano de obra barata, estar adaptados al clima, y resistir la dura labor de la cosecha manual, fueron muy buscados por los colonos. Posteriormente, con la vertiginosa expansión del cultivo y la consecuente insuficiencia de los naturales, mediante incentivos oficiales se procuró atraer mano de obra desde las vecinas provincias, o bien del Paraguay.

Es así cómo anualmente comenzaron a ingresar al Territorio masivos contingentes de cosecheros que traían consigo sus familias, y obviamente también, el acervo cultural propio de estas antiguas jurisdicciones.

Durante sus estadías en el Chaco, que podían prolongarse por un período de cinco o seis meses, si es que participaban de la carpida y de la zafra en sus dos recolecciones, estos grupos convivían en las chacras intercambiando su diversidad cultural. Al término de la campaña, la mayoría regresaba a sus lugares de origen pero aquí quedaban remanentes que se afincaban en calidad de peones o puesteros.

De esta forma, la carga cultural tan distintiva de correntinos, santiagueños y paraguayos iba sedimentando en el Chaco con la reiteración anual de cada ciclo productivo.

Ahora bien; por ser contingentes foráneos destinados a cumplir tareas estacionales, su residencia en el Chaco adquiría un carácter esencialmente temporal e itinerante. La alternancia de chacra en chacra entre y/o luego de las dos pasadas de la zafra motivaba constantes traslados; precarias y promiscuas condiciones de vida en alojamientos temporarios, irregular y deficiente provisión de víveres, y cierta vulnerabilidad a la hora de la negociación de su paga frente al patrón o contratista. Cuando se acentuó la demanda de mano de obra para la carpida o zafra, el gobierno territorial implementó incentivos para atraer brazos, que consistían en el pago del pasaje de venida en ferrocarril, pero no el de regreso. Una vez arribados los contingentes, eran contratados por los colonos que mejor paga ofrecían, y seguidamente eran trasladados a las chacras. La actividad, por mucho tiempo no estuvo fiscalizada, y desde luego, no todos los colonos disponían de lugares destinados específicamente para el alojamiento de estos grupos. Un historiador testigo de la época, nos ofrece este testimonio surgido de sus vivencias en la zona algodonera más importante del Chaco en la década del treinta.

"...En tiempos de cosecha, la estación del ferrocarril se hacina de "cosecheros" santiagueños y correntinos, que acampan en la "playa" convertida en una bolsa de colocaciones, a cargo de colonos que tratan de obtener el concurso de los braceros y de llevarlos de inmediato a la chacra. Es pintoresca la disputa cuando escasea la mano de obra, entre los tratantes de parla tan difícil..." (Guido Miranda, Tres Ciclos Chaqueños (Resistencia: Región, 1955), 253-254

Juan R. Lestani supo describir también las condiciones en las que transcurría la vida cotidiana de estos trabajadores durante sus períodos de permanencia en el Chaco. Decía en 1935:
"...El cosechero que emigra anualmente de su provincia en número de más o menos 25.000 para el levantamiento del algodón, es una víctima de la expoliación común del trabajador. Se lo contrata por determinados precios, pero rara vez se cumple esto. Esta gente trabaja en muy malas condiciones, pues las chacras carecen de galpones de albergue para sus peones, debiendo buscar cada uno de ellos la mejor forma de afrontar las inclemencias del tiempo bajo los árboles, o en mal cubiertos techos de paja. Los altos precios que se fijan por la provisión de comidas y por otras mercaderías de discutible calidad, saldan generalmente los jornales del cosechero..." (Lestani, 1935: 36-37)

Según la inspección realizada en el Chaco entre 1939 y 1940 por los Ingenieros Agrónomos Rafael García Mata y Rómulo Franchelli como representantes de la Junta Nacional del Algodón, los precios de las mercancías suministradas a los cosecheros en las chacras, estaban elevados entre un 20 y 30% con relación a los vigentes en el pueblo más cercano. República Argentina, Ministerio de Agricultura, Junta Nacional del Algodón. Cosecha Mecánica del Algodón. Estudio preparado por los Ingenieros Agrónomos Rafael García Mata y Rómulo Franchelli. (Buenos Aires: Imp. Oficial, 1942)

Otros funcionarios, entidades y personalidades públicas se ocuparon también y por la misma época de emitir diagnósticos y propuestas sobre las condiciones de residencia en el Territorio de estos nutridos contingentes. En pocos casos sus intereses estaban animados por sentimientos humanitarios, sino más bien por la necesidad de garantizar el retorno de esta imprescindible fuerza laboral en las campañas subsiguientes.

Uno de ellos fue José Castells, quien durante el período en que actuó como gobernador del Chaco (1933-38) se ocupó del tema y creó la Comisión de Braceros en 1935, cuyas funciones serían las de prever las necesidades de mano de obra para las campañas venideras; promover incentivos para atraerla, organizar los traslados y su distribución en las chacras, y asistir a estos grupos una vez instalados.

Castells instruyó la metodología que debía implementarse para su funcionamiento, y puso especial énfasis en la "selección" que debía practicarse respecto a la composición de los grupos. Por esta época, la entonces Junta Nacional para Combatir la Desocupación se interesó sobre la posibilidad de colocar braceros en el Chaco, y su secretario Mario Molina Pico, visitó el Chaco en una gira de inspección. En esa oportunidad el gobernador Castells le manifestó su temor de que entre los desocupados que pudiesen venir "se filtrara gente indeseable", a lo que el funcionario nacional respondió que "...La Junta seleccionaría a los contingentes, mandándolos paulatinamente y nunca de golpe, a fin de que se pudiera ir experimentando y observando la aptitud de estos peones para las tareas que se les encomendaban..."). En esta ocasión, la Junta envió 830 braceros, y a pesar de la "selección" prometida vinieron, según el gobernador, algunos "elementos indeseables", los cuales "...no sólo no trabajaban, sino que intentaban quebrantar la fe y las ansias de progreso que animaba a la mayoría..., y que eran simples aventureros...". Al respecto, Castells agregó en su Memoria de Gobierno: "...A esta clase de gente, el Chaco (sic) no les ofrece ambiente propicio; no los quiere ni los desea. El Chaco (sic) necesita de hombres laboriosos y no rentistas sin propiedades (sic); hombres que luchen por la elevación moral y material de sí mismos, sin desfallecimientos, sin implorar la caridad de nadie. Para ellos el Chaco (sic) les brinda hoy y siempre, tierra apta y gratuita, y la mano protectora del Estado y de los particulares..." (José C. Castells, Memoria presentada al Superior Gobierno de La Nación (Resistencia: Moro, 1935).

Posteriormente, y en función de ponderar el éxito de la labor de esta Comisión, se permitió presentar una imagen casi idílica de las condiciones de vida de los cosecheros en el Chaco. Por ejemplo, respecto al abastecimiento de mercaderías (provista) que generalmente dependía del colono que los contrataba, desautorizó las versiones instaladas en la opinión pública al asegurar que "se habían tejido verdaderas fantasías sobre la expoliación de que eran víctimas los cosecheros en cuanto a los precios de los víveres...". Al respecto aseguró que se habían fijado los precios de los artículos de primera necesidad, y que "se había hecho cumplir severamente su vigencia..., como así también un estricto control sobre las balanzas que los agricultores usan para pesar el algodón recogido por los braceros" (Castells, 1935: 95-96)

Respecto a otro de los temas esporádicamente cuestionados por algunos medios de prensa (el trabajo de los niños en la cosecha), Castells informó:

"Se ha hablado mucho de la infracción a la ley Nº 11.317, al permitir que menores se ocupen de la cosecha de algodón. Es de hacer notar que la citada ley hace una excepción, precisamente en los casos en que trabajan menores como miembros de una misma familia. Es el único caso en que trabajan menores en esta tarea -que es la más fácil de las tareas rurales-, representando un esfuerzo mínimo...

Por lo demás, las Subcomisiones conjuntamente con la Policía del lugar, vigilan el cumplimiento estricto de las leyes de trabajo, interviniendo en todos los casos de acuerdo a los términos de la misma..."

Y agregó luego: "Los hijos del cosechero concurren a cualquiera de las escuelas diseminadas en todo el Territorio, las que aumentan su inscripción enormemente al iniciarse la cosecha. Los menores se instruyen, viven la vida del hogar en un nuevo ambiente que les gusta y con el cual se encariñan. Se aúnan esfuerzos, el cosechero se hace optimista, el trabajo le representa un esfuerzo compensado. Trabaja con tesón y no tarda en quedarse definitivamente en el Territorio, en donde la naturaleza feraz lo invita lozana a dedicarle sus esfuerzos y sus energías...

Así se ha hecho Chaco (sic); así se han levantado sus fábricas, y así se han ido cubriendo sus selvas vírgenes con blancos capullos de algodón que han hecho su riqueza y su brillante porvenir..." (Castells, 1935: 97)

Castells concluyó su opinión sobre la labor de la Comisión de Braceros expresando: "La fijación del salario mínimo; el control sobre los precios de artículos de primera necesidad; el contralor sobre las balanzas; la represión del juego y la venta de bebidas alcohólicas en las chacras, han servido para demostrar que ha sido una preocupación constante de este gobierno y de la Comisión, el mejorar las condiciones de vida del trabajador, y los resultados obtenidos han de ser sus mejores propagandistas para el futuro..." (Castells, 1935: 97)

Otro informe referencial sobre las condiciones laborales y de vida de los cosecheros que arribaban al Chaco en esta época, fue el que confeccionaron los ingenieros agrónomos Rafael García Mata y Rómulo Franchelli, quienes en su condición de representantes de la Junta Nacional del Algodón -que fue creada en 1935- hicieron entre 1939 y 1941 una precisa evaluación de estas cuestiones intentando demostrar las ventajas que reportaría la mecanización de la cosecha algodonera para resolver, entre otras cosas, la problemática humana devenida de las tareas manuales de zafra.

En el informe definieron a la masa de cosecheros inmigrantes de otras provincias como "mano de obra adventicia", la cual, si bien reconocían que aportaba un valioso recurso para la zafra, "dicha solución estaba lejos de satisfacer las más elementales exigencias de la dignidad humana" (Mata-Franchelli, 1942: 11) - Rafael García Mata y Rómulo Franchelli, Cosecha Mecánica del Algodón. (Buenos Aires: Imp. Oficial, 1942)-

La postura de los autores a lo largo de su informe, fue que la mecanización de la cosecha evitaría la explotación del bracero, "germen permanente de disturbios sociales como consecuencia de su lamentable situación económica" (Mata-Franchelli, 1942: 12)

En el mismo se explayaron acerca de las condiciones de vida de estos cosecheros, advirtiendo desde un principio que "nada nuevo se agregaría si se afirma que sus condiciones de vida durante su estadía son muy precarias" (Mata-Franchelli, 1942: 15)

Sobre el alojamiento de los grupos, aclararon que no todos los agricultores disponían de espacios aptos para ese fin, por lo que era habitual la construcción por parte de los propios braceros, de viviendas muy rudimentarias, y las fotografías con que ilustran el tema, son en tal sentido muy representativas.

Sobre su alimentación aseguraron que al depender del abastecimiento de la provista por parte de sus contratistas, los cosecheros pagaban en promedio entre un 20 y un 30% más elevados los precios de las mercaderías. De la misma manera, y en relación a otro de los temas controvertidos, afirmaron que el 60% de los cosecheros era analfabeto, y respecto a sus hijos, debido a que también participaban en la recolección, no podían asistir a la escuela, o en el mejor de los casos, eran retirados de ella, con lo cual también en este sentido desacreditaban las afirmaciones hechas por el gobernador Castells apenas tres años antes. (Mata-Franchelli, 1942:15)

Referencias adicionales ofrecen cuando caracterizan las diferentes particularidades de los cosecheros correntinos y santiagueños respectivamente, los que a la sazón, integraron los grupos mayoritarios de esta masa laboral, y cuya periódica afluencia marcó una fuerte impronta en la conformación identitaria de la sociedad chaqueña.

Al respecto señalaron que la idiosincrasia del bracero correntino difería por completo de la del santiagueño, ya que por ejemplo, los primeros se dirigían a la cosecha del algodón más por costumbre o tradición, que para obtener un beneficio económico.

Procuraron demostrar sus argumentos al explicar que cuando se realizaba alguna fiesta, ya fuese religiosa o de otro carácter en sus lugares de origen, los correntinos concurrían a las mismas para regresar luego a la cosecha, aún con todos los gastos y pérdida de días de trabajo que esto les suponía. Otro ejemplo que usaron para justificar esta afirmación, fue el hecho de que según sus observaciones, al término de la cosecha los correntinos retornaban a sus "Pagos" sin llevar un solo centavo de lo ganado.

En cambio el santiagueño -indicaban-, es mucho más interesado y trata en todo momento de reunir la mayor cantidad de dinero posible, aún a costa de su propia comodidad. Dicen haber comprobado incluso el caso de familias santiagueñas que con lo ganado en la cosecha en el Chaco, habían podido construir su casa en sus lugares de origen. (Mata-Franchelli, 1942:13)

Naturalmente, las zonas en las que con preferencia se concentraban los correntinos eran la sudeste del Chaco (próxima a Corrientes), hasta las inmediaciones de Sáenz Peña (centro), mientras que los santiagueños se expandían desde este punto hacia el sud-oeste; y a su vez, desde Sáenz Peña hacia el norte, la zona algodonera vinculada a Pampa del Infierno y Concepción del Bermejo, era atendida por cosecheros "golondrina" que venían de las provincias de Salta y Tucumán. Se llamaba cosecheros "golondrina" a los que, con sus respectivas familias, migraban de una región a otra durante las temporadas de zafra. Por ejemplo era habitual que estas familias, (incluyendo los niños trabajaran en la vendimia de la región de cuyo, para pasar luego a la "carpida" de algodón en el Chaco; trasladarse posteriormente a la zafra de la caña de azúcar en la provincia de Tucumán, para retornar nuevamente al Chaco a la cosecha algodonera, que se extendía hasta el mes agosto. Al año siguiente, recomenzaban el ciclo.

El área circundante a la ciudad de Sáenz Peña (que ocupa el centro geográfico del Chaco), tradicionalmente representó una divisoria nítida en lo que respecta a la distribución de los cosecheros de distintas procedencias. Este no es un dato menor, por cuanto hasta hoy en día, precisamente en la zona aledaña a Sáenz Peña puede notarse casi instantáneamente la confluencia de distintas maneras de hablar de la gente, así como también, de hábitos y costumbres que se reafirman con elocuente claridad, según se circule hacia el norte o el sudoeste del Chaco. Todavía en la actualidad, un viajero corriente puede notar los repentinos cambios en la tonada del habla, donde el acento correntino (propio de la influencia guaraní) y tan presente en el sudeste, se desdibuja y es reemplazado por el santiagueño o el salteño (de influencia quechua), según el rumbo que se tome. Esta es la diferencia más evidente en las primeras impresiones, pero se agregan otras que se extienden a diversos aspectos de la vida cotidiana de los lugareños. Aquí se percibe nítidamente la influencia de estos grupos de trabajadores temporarios en la base cultural del Chaco.

Ahora bien; dentro de esta masa humana que afluía periódicamente al Territorio había además ciertos patrones comunes de conducta o costumbres relativamente uniformes, y cabría en tal sentido adelantar algunas generalizaciones con base en los registros documentales. Algunos datos interesantes se muestran por ejemplo respecto a la nupcialidad, ya que las uniones matrimoniales se producían en su mayoría en la misma época del año, casi sincrónicamente al término de la zafra algodonera.

Según datos de oficiales, durante 1936 se concretaron 1.657 casamientos, y las memorias gubernativas son coincidentes en señalar que durante 1934,1935 y 1936, la mayor parte de los enlaces se produjo entre los meses de junio a septiembre, pero particularmente en agosto, es decir, cuando finalizaban los trabajos de recolección del algodón y los contrayentes disponían de tiempo y dinero. Esto demuestra que hasta en esta importante decisión de vida incidía la actividad algodonera en el Chaco.

Un dato adicional sobre este tema es la nacionalidad de los contrayentes. Teniendo en cuenta que según el censo territorial de 1934 el 14,6% de la población del Chaco era extranjera, se dio desde luego un importante porcentaje de matrimonios entre hombres extranjeros con mujeres argentinas, el cual osciló para los tres años considerados, en el orden del 17%. A su vez, la franja etaria en la que se casaban los varones iba desde los 20 a 29 años, y en el caso de las mujeres, eran mayoritariamente menores de 20 años. (Castells, 1936: 48-51)

Sin embargo, y como lo apuntáramos en páginas anteriores, la ilegitimidad era muy alta (50% en términos generales), lo cual revelaba que no había propensión a la legalización de las uniones, y esto a su vez denotaba, entre otras cosas, carencia o deficiencias en la instrucción religiosa.

Son elocuentes en este sentido los comentarios editoriales y/o informes gubernativos que compartían la misma preocupación:

"...La ilegitimidad puede significar un indicador de la mayor o menor cultura de un pueblo y trae en muchos casos, consecuencias inaceptables, como por ejemplo el abandono de los hijos, que son fruto de esas uniones ilegales...Al producirse el abandono del padre de familia, la madre queda desamparada y los hijos mueren a poco de nacer, o se desarrollan en condiciones inapropiadas, siendo incapaces para el futuro, de ser ciudadanos aptos para el Territorio... A este flagelo debemos imputar la causa del aumento de la mortalidad infantil en el grupo de 1 a 5 años..." decía el gobernador Castells en su Memoria de 1936. (Castells, 1936: 60). Cabe destacar que la tasa de mortalidad infantil fue para los años 1934,1935 y 1936, del 26,93%; 27,76%; y 26,78% respectivamente (Castells, 1936:76). Por otra parte, ya en 1934 el gobernador Castells se había mostrado preocupado por este tema, al señalar: "...Un dato de interés que acusa todavía la deficiente formación social de nuestra población, es la cantidad extraordinaria de hijos naturales anotados en los registros civiles; pues de los 703 nacidos en abril, 345 son ilegítimos (en todo ese año hubo 7800 nacimientos). Estos datos indican la existencia de un problema de moralización y responsabilidad que nos afecta, y hay que prestarle la atención que merece...". José C. Castells, Memoria de Gobierno del Chaco (Resistencia: Moro Hnos., 1934)

En este sentido, bien viene aclarar que la Iglesia, institución tradicionalmente inductora de la constitución y cohesión familiar, aún no se había organizado en el Chaco de esta época, y la atención espiritual era desempeñada sólo esporádicamente por algunos misioneros franciscanos. Recién a partir de 1936 y a instancias de este último gobernador, se dieron los primeros pasos para la organización formal de la primera Vicaría Eclesiástica, que se transformaría en Diócesis de Resistencia tres años más tarde, iniciándose de esta forma la labor pastoral de la Iglesia católica en el Chaco, y por tanto, una mejor atención espiritual de esta sociedad. (Mari, 1999:166-169)

Otros datos de interés que sobre esta temática arrojan las fuentes documentales, surgen también como directa consecuencia de la deficiente atención del Estado respecto a estos contingentes que periódicamente arribaban a este espacio, lo cual se traducía habitualmente en comportamientos muy particulares de los diferentes grupos en su hábitat rural.

Algunas manifestaciones de esta marginalidad se expresaron por ejemplo en el súbito ascenso de los delitos "contra las personas", en la proliferación de enfermedades respiratorias y venéreas, y hasta en un llamativamente alto porcentaje de suicidios. Algunos de estos fenómenos y prácticas llegaron a constituirse en un verdadero flagelo para el Chaco de estos años, tema éste que por su dimensión y complejidad merecería un tratamiento más exhaustivo que no es posible realizar en esta ocasión, pero que deja abierta la oportunidad para su desarrollo en próximos trabajos.

Las mujeres rurales. OSCAR ERNESTO MARI
De acuerdo a la bibliografía consultada, el primer estudio relevante sobre la participación femenina en el ámbito rural latinoamericano fue realizado en los años 70. Ese trabajo planteó la tesis según la cual en el sistema agrario de la región la producción es llevada adelante fundamentalmente por hombres. América Latina tendría un "sistema agrario masculino" en contraste el "sistema agrario femenino" de África (Chiappe, 2005). A partir de allí surgen otras investigaciones que sostienen una mirada crítica a este postulado. Es el caso de los trabajos de Deere y León, quienes resaltan el carácter invisible del trabajo femenino en el campo ya que evidenciaron que las mujeres participan en muchas tareas relacionadas con el trabajo de campo como, por ejemplo, en la preparación de la tierra, en la siembra, el desmalezado, la cosecha y la trilla. No obstante, al desarrollar estas actividades en calidad de trabajadoras no remuneradas, las propias mujeres y sus grupos familiares tienden a considerar su trabajo solamente como ayuda; también suelen considerar que las labores que ellas desarrollan son mucho menos importantes que las que realizan los hombres (CEPAL, 1989: 14) Estas autoras redefinen la estructura rural como un "sistema agrario de familia patriarcal" en donde tanto hombres como mujeres aportan fuerza de trabajo pero el control y las decisiones sobre la producción son masculinas.

El la primera publicación de la Serie Mujer y Desarrollo de la CEPAL (1989) se sintetizan los principales problemas que enfrentan las mujeres del sector rural latinoamericano de la siguiente manera: a) la existencia de un modelo patriarcal más acentuado en el área rural que dificulta el acceso de las mujeres a la tierra, a la propiedad y al crédito y que, además, limita sus posibilidades de estudio y de trabajo en forma independiente y hace invisible su trabajo productivo. Este modelo se hace más evidente al comprobarse que en la región la división del trabajo por sexo es muy flexible en las actividades productivas, pero no en las reproductivas, donde son las mujeres las que asumen toda la carga del trabajo reproductivo.

b) La falta de empleos y de infraestructura para la educación, la salud y la cultura, y especialmente de una infraestructura mínima para el trabajo doméstico, lo cual provoca el éxodo ruralurbano de las mujeres jóvenes y se traduce en un aumento de las actividades informales de la economía y en un incremento del servicio doméstico en las ciudades.

c) La emergencia de un proletariado femenino en la agricultura ligado a la agroindustria y a los cultivos temporales e intensivos en mano de obra. El carácter temporal y precario del empleo rural se generaliza y la mujer es parte importante de ese nuevo contingente. Este proceso reciente ha dado origen además, una disminución del ritmo de la migración hacia las ciudades.

d) Un creciente proceso de polarización producto, en parte, del acceso diferenciado que tienen ambos sexos a la tecnología. Tales diferencias se manifiestan en la masculinización de la agricultura moderna, y en un proceso de feminización del trabajo manual en las explotaciones familiares orientadas a la agricultura de subsistencia, y de ciertos trabajos manuales de la agroindustria.

Con información actualizada por los últimos registros estadísticos, la autora reconoce que para todos los países analizados se observa que, junto al proceso modernizador de la agricultura y a las crisis económicas del modelo, se produjo una tendencia a la feminización de ciertos procesos de trabajo.

Las mujeres lanzadas al trabajo asalariado fuera del predio se han insertado fundamentalmente en sectores de baja productividad, con contratos de tiempo parcial y en actividades de baja capacitación. La "pluriactividad o agricultura de tiempo parcial" y la creciente participación femenina no pudieron modificar las desiguales relaciones de género ni han tenido impacto en la división sexual del trabajo "dando lugar a la doble jornada [de trabajo femenino] (...) ya que la división del trabajo en el hogar, el trabajo doméstico, el cuidado de los niños y la participación comunitaria permanecen inalterados." (Chiappe, 2005: 32)

Por otro lado, en el caso de las actividades productivas no remuneras dentro del predio continúan siendo subvaloradas no sólo por los censos que registran a las mujeres que habitan en las unidades de producción familiar como "ayudantes familiares no remuneradas" o "inactivas" sino también por las propias familias.

Otro punto interesante que destaca la autora es el incremento de la jefatura femenina de hogares generado por la migración de los hombres en busca de mejores oportunidades laborales. Los datos muestran que la mayor migración masculina se ha dado en los hogares con más NBI. Por esta causa, concluye la autora, se ha producido una feminización de la pobreza en las áreas rurales.

Modelo Sojero. ALFREDO GALARZA
"Desde la década de 1970 el capitalismo global ha experimentado un problema crónico y duradero de sobreacumulación, que derivó en una crisis mundial y el abandono por parte de los capitales del sistema de Estado del bienestar (Estado de bienestar entendido como un pacto entre los capitales y las fuerzas del trabajo organizado en sindicatos, con la mediación del Estado como regulador del proceso de explotación del trabajo). Este pacto constituye un cambio en el patrón de dominación, un nuevo modo de contener el poder del trabajo. Es decir que al capital le es funcional la ampliación del Estado para institucionalizar los sindicatos, con el fin de impedir el hundimiento del sistema capitalista y así poder relanzar el proceso de inversión.

Con un Estado planificador, en una economía de consumo masivo, pleno empleo y una seguridad social generosa, los capitalistas estaban dispuestos a mantener altos los salarios dentro de cierto marco que no restringiera los beneficios, para proseguir con el proceso de inversión. La organización científica "taylorista" del trabajo y el contrato fordista de "5 dólares al día", configuraron una estrategia de disciplinamiento del trabajo, a partir del cual poder proseguir con el funcionamiento de la economía capitalista. Entonces, conjuntamente con los nuevos modos de disciplinamiento en las unidades celulares del sistema, el fascismo, la recesión y la experiencia de la guerra actuaron en combinación como un cóctel disciplinador del trabajo sobre el cual se hizo factible la construcción del Estado de Bienestar.

La crisis del Estado de bienestar fue provocada por una constelación de luchas (estudiantiles, género, indígenas, campesinas, guerrillas, movimientos de liberación, contraculturales, etc.) donde destacaba las luchas de la clase obrera, y derivó en una fuga de capitales de occidente, es decir una crisis estructural en el patrón de dominación capitalista patriarcal colonial, una crisis en el modo de contención del poder del trabajo.

En la década de los años 60, la oleada de militancia obrera fue apenas una expresión, importante, decisiva, pero una más, de una profunda oleada nacida en el subsuelo de las sociedades que pugnaba por la transformación. Mujeres, niños, jóvenes, campesinos sin tierra, obreros no calificados, indios, negros, y un largo etcétera, jaquearon los modos de dominación establecidos en la familia, la escuela, la localidad rural y urbana, la fábrica, la hacienda, la universidad. La crítica al patriarcado se manifestó también en el rechazo al poder del profesor, del capataz, del varón blanco de clase media, en fin, un proceso democratizador antiautoritario que minó los modos de dominación y, por tanto, de acumulación. En segundo lugar, esa oleada nació y se manifestó por fuera de los cauces establecidos y de las instituciones, entre ellos los partidos y los sindicatos (Raul Zibechi)."


El desborde de la contención del poder del trabajo produjo una fuga masiva de capitales de occidente, la mayoría de las fábricas de occidente redujeron fuertemente la cantidad de operarios, quebraron el sistema de mutualismo, en el cual los capitalistas no podían introducir nuevas tecnologías para maximizar las ganancias sin contar con la aprobación de los sindicatos; se intensificó la represión de la protesta, etc. Las fábricas con el tiempo empezaron a mudarse a oriente, donde no había experiencia de lucha obrera y donde no había ocurrido una crisis del patriarcado. La crisis del patriarcado hay que entenderla como una crisis de la subordinación en los espacios cerrados y la figura del varón adulto, que es además, el garante de esa subordinación. Los espacios cerrados donde se da esa lucha -que no es sólo de género sino que también atraviesa a las franjas etáreas de la población joven-, son los hogares, las oficinas, el taller, la fábrica, la escuela, las universidades, etc. La figura del varón adulto entra en crisis, es decir la figura del padre, del patrón, del capataz, del director. Una constelación de luchas que tienen a las mujeres y las y los jovenes agrietan la dominación y el sostenimiento del orden en los espacios cerrados. El sistema tendrá que aprender, de ahora en más, a dominar a los pueblos en los espacios abiertos.

Esta mudanza del capital de occidente a oriente, producirá cambios globales que afectaran de manera dramática a todo el sistema mundo capitalista patriarcal colonial moderno. La incorporación de millones de campesinos de oriente a las nuevas factorías que instalan las corporaciones capitalistas en territorios de la China, Indonesia, Malasia, etc., provocaran un incremento en el consumo de minerales, gas, petróleo, soja, pasta de celulosa y demás commodities. Esto provocara en gran parte del mundo, lo que conocemos hoy día como neoextractivismo, un relanzamiento del proceso de acumulación por desposesión. Hay que destacar que la explotación del trabajo en oriente se da de manera brutal, con extensas jornadas de trabajo, francos rotativos por quincena, bajos salarios, imposibilidad de organizarse en sindicatos, incentivos fiscales y bajos impuestos a las corporaciones, en fin, un sin número de beneficios para la explotación del trabajo, que eran insostenibles y resistidos por los trabajadores en occidente.

La idea de acumulación por desposesión se puede entender como expansión territorial del capital. La privatización de bienes comunes o la misma utilización de "materias primas" como parte del proceso de acumulación son vistas como un aspecto expropiatorio de la dinámica reciente del capitalismo. En ocasiones esta argumentación señala que no sólo el trabajo puede ser concebido como fuente de riqueza, sino también la naturaleza. La expropiación de la naturaleza por tanto, en este caso de nuevos territorios (o formas intensivas en viejos territorios), es también despojo, y es una constante desde los inicios del capitalismo hasta nuestros días.

En conclusión: el modelo extractivista es un modelo colonial y, como tal, sostiene el proceso de acumulación de capital mediante la explotación de los recursos naturales, el método de despojamiento, que no es otro que la reiterada acumulación originaria del capital (Prada Alcoreza 2012: 178).

Aún más, algunos autores entienden que esta dinámica es más relevante que otras y que "en la etapa actual del capitalismo [...] prevalece un proceso de acumulación por desposesión opuesto a lo que tradicionalmente constituía el proceso de acumulación expansiva de capital" (Giarracca 2012: 202).

A mediados de 1990, cuando se libera al mercado el cultivo de la soja transgénica, la Argentina se transforma en uno de los principales países del tercer mundo en el que se impulsan los cultivos transgénicos. En 1996 comienza la implantación de la semilla transgénica de la soja, comercialmente llamada "RR", cuyas siglas en inglés significan Roundup Ready. Roundup es la marca comercial del glifosato, herbicida al cual es resistente la soja RR. El paquete tecnológico consiste en combinar esta semilla con el sistema de la siembra directa, para lo cual se requiere la utilización del glifosato, utilizado en cantidades cada vez mayores: las malezas que quedan son eliminadas con el glifosato, siendo la semilla RR resistente a este agrotóxico.

Durante la década de 1990, período de ajuste neoliberal y de achique del estado, en los países de Latinoamérica empiezan a producirse una serie de cambios en las leyes, las constituciones de los Estados Nación, que irán preparando el terreno para el arribo del capital extractivista, interesado básicamente en un pequeño conjunto de materias primas, como los minerales, el gas y el petróleo, soja, maíz, pasta celulosa, etc. Es lo que conocemos como la reprimarización del modelo productivo, basado en la exportación de materias primas sin procesar o procesamiento ínfimo.

En la zona del Chaco el ocaso del modelo algodonero, produjo la quiebra de los sectores medianos de producción y el aumento de la desocupación de los sectores más bajos de la sociedad (criollos campesinos e indígenas). Esta situación incremento las migraciones a las ciudades de Castelli, Resistencia en el Chaco y las migraciones hacia la ciudad capital de Formosa en la provincia de Formosa. De ahí la ruta de la migración llevaría a una gran cantidad de desocupados indígenas a Rosario y el cordón urbano de la ciudad de Buenos Aires.

La llegada del modelo sojero incrementa la migración, el despojo, la desocupación y la militarización de las barriadas, donde se asientan los desocupados y trabajadores en situación precaria. El modelo extractivista actual necesita muy poca mano de obra en el proceso de explotación y produce muchísima desocupación, comparado con el modelo capitalista de posguerra, ya que la mayoría de las tareas están altamente mecanizadas o robotizadas. En la otra punta del modelo, el extractivismo no genera un mercado de consumo para los trabajadores, ya que la mayoría de los recursos extraídos, son materias primas que usan las corporaciones para producir mercancías. En las dos puntas del sistema extractivista no es necesaria la gente o si es necesaria la explotación del trabajo, esta es mínima.

Otra de las consecuencias del modelo extractivista es la relocalización de los trabajadores, que tienen que dejar sus casas y viajar lejos, donde pasan varios meses en zonas remotas donde se ubican los emprendimientos de capital extractivo. Esto afecta a la organización de los trabajadores, ya que estos no viven en las periferias de los emprendimientos extractivistas, solo pasan temporadas trabajando en él. Las luchas contra el modelo extractivista son llevadas a cabo por las poblaciones afectadas, más que por los trabajadores de las empresas extractivas. El alto consumo de agua y su contaminación, es uno de los grandes problemas ambientales del modelo extractivo. Requiere además de enormes cantidades de energía, lo que genera la construcción de represas, generando más problemas medioambientales y endeudamiento. El modelo extractivo también requiere una creciente inversión de los países en infraestructura (carreteras, gasoductos, oleoductos, ríos dragados para la navegación de calado profundo, vías férreas, energía en cantidad y abundante aprovisionamiento de agua) y remodelación y modernización de los puertos. La inversión de capital extractivista también requiere la contención y represión de la protesta, para liberar las rutas al tránsito de las materias primas, rumbo a los principales puertos de los países del norte global.

El modelo sojero se irá expandiendo de Buenos Aires, hacia Santa Fe y colonizará toda la región chaqueña, que antes era destinada al cultivo de algodón. De la misma manera la superficie de soja se irá acrecentando en las provincias de La Pampa y Santiago del Estero, llegando a convertirse hoy día la Argentina, en unos de los países que más producción de soja tiene en el mundo. La cosecha de soja 2014 fue de 55 millones de toneladas.

Deforestación, daño ambiental, pérdida de biodiversidad, a lo que se suma pobreza, descampesinización, emigración, y el vaciamiento del campo son considerados como los principales efectos sociodemográficos del incremento de la soja. La acelerada deforestación, principalmente debida al cultivo de soja, no tiene precedentes en la historia y esta transformación del bosque nativo no se tradujo en un desarrollo significativo para los habitantes de la región.

Los más recientes trabajos científicos dedicados a la problemática de la soja, sugieren que desde las últimas décadas del siglo XX, en el territorio del Chaco, se habrían generado ciertas condiciones socioambientales particulares que habrían favorecido la implantación y expansión de la soja. Entre ellas las principales habrían sido el incremento de las precipitaciones observado desde 1970 en la zona, y el incremento del precio y de la demanda de la semilla en el mercado internacional, aunque también se insinuó que ciertas condiciones de infraestructura y de estructura agraria podrían ser relevantes en el proceso.

Los materiales químicos usados en los procedimientos extractivos, generan enfermedades cancerígenas que afectan a todas las poblaciones cercanas a las zonas extractivas. Los casos de cáncer en niños y las malformaciones en recién nacidos aumentaron deliberadamente, producto de las fumigaciones con agroquímicos que se realizan sobre estos cultivos, a escasos metros de las poblaciones, son cada vez más comunes.

El caso de La Leonesa quizás sea el ejemplo que mejor refleje esta situación. Esta pequeña localidad ubicada a 60 kilómetros de Resistencia, perteneciente al Departamento de Bermejo, con casi 10 mil habitantes y cercana a grandes plantaciones de arroz transgénico, posee el único informe oficial que se conoce en la Argentina sobre los efectos de los agroquímicos en la salud de la población. Y es contundente: en los últimos diez años, los casos de cáncer en niños menores de 15 años se triplicaron y las malformaciones en recién nacidos aumentaron un 400%. Sin embargo, por razones poco claras y a pesar de haber sido elaborado por organismos estatales, el gobierno provincial rechaza los resultados del informe. A pesar de que La Leonesa pertenece al sitio Ramsar Chaco, cuya reserva de agua dulce es una de las más importantes del país, los vecinos denuncian que las fumigaciones no tienen ningún tipo de control estatal, ni cumplen con la legislación ambiental vigente.

El avance de la frontera sojera en casi la mitad sur de la provincia del Chaco, genera un corrimiento de la frontera ganadera hacia la zona norte de la provincia, el impenetrable chaqueño. Esto genera más deforestación, además de la problemática de la actividad maderera. También se generan conflictos territoriales entre los pueblos originarios y la voracidad de los empresarios de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán, que se dedican a actividades extractivas o ganaderas. Así mismo existen conflictos territoriales debido a la llegada de población criolla pobre, que se asienta en las barriadas de los pueblos del impenetrable, generando aún más tensión por la obtención de tierras para sus viviendas y los conflictos raciales que acarrea esta situación.

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