CUATRO GENOCIDIOS EPISTEMICIDIOS DEL LARGO SIGLO XVI

La conquista de Al-Andalus: genocidio/epistemicidio contra musulmanes y judíos. RAMÓN GROSFOGUEL
La conquista final de Al-Andalus en la península ibérica a finales del siglo XV se realizó bajo el lema de la «pureza de sangre» que era un discurso proto-racista (aún no plenamente racista) contra las poblaciones musulmanas y judías durante la conquista colonial del territorio andalusí por parte de la monarquía cristiana castellana contra el sultanato de Granada, que fue la última autoridad política musulmana en la Península Ibérica (Maldonado-Torres, 2008). La práctica de limpieza étnica del territorio andalusí produjo un genocidio físico y cultural contra musulmanes y judíos. Los judíos y musulmanes que se quedaron en el territorio fueron asesinados (genocidio físico) o forzados a convertirse al cristianismo (genocidio cultural).

Esta limpieza étnica se alcanzó mediante el genocidio (físico) y el epistemicidio (cultural) a partir de los siguientes procesos:

1. La expulsión forzada de musulmanes y judíos de su tierra (genocidio), llevó a la repoblación del territorio con poblaciones cristianas del norte de la Península Ibérica (Caro Barojas, 1991; Carrasco, 2009). Esto es lo que en la literatura se llama hoy «colonialismo de población».

2. La destrucción masiva de la espiritualidad y el conocimiento islámico y judío mediante el genocidio, llevó a la conversión forzada (genocidio cultural) de los judíos y los musulmanes que decidieron permanecer en el territorio (Barrios Aguilera, 2009; Kettami, 2012). Convirtiendo a los musulmanes en moriscos (musulmanes conversos) y a los judíos en marranos (judíos conversos), se destruyó su memoria, su conocimiento y su espiritualidad (genocidio cultural). Esto último era una garantía de que los futuros descendientes de marranos y moriscos nacerían completamente cristianos sin rastro en la memoria de sus ancestros.

El discurso estatal español de la «pureza de sangre» se usó para vigilar a las poblaciones musulmanas y judías que sobrevivieron a las masacres. Con el fin de sobrevivir y mantenerse en el territorio, fueron forzados a convertirse al cristianismo (Galán Sánchez, 2010). Dichas poblaciones que fueron obligadas a la conversión o que eran cristianos con ancestros judíos o musulmanes fueron vigiladas por la monarquía cristiana para asegurarse de que no estuvieran fingiendo / simulando / aparentando conversión y practicando secretamente el islam o el judaísmo.

El discurso de la «pureza de sangre» no ponía en duda la humanidad de las víctimas. Lo que buscaba era vigilar a aquellas poblaciones con ascendencia no cristiana en términos de qué tan cercanos o lejanos estaban del cristianismo con el fin de confirmar si la conversión era real o fingida. Para la monarquía cristiana de Castilla, musulmanes y judíos eran humanos con el «Dios equivocado» o la «religión errada».

Así, los viejos discursos de discriminación religiosa medieval en Europa, tales como los antiguos discursos antisemitas (judeofóbicos o islamofóbicos) se usaron contra judíos y musulmanes en la conquista de Al-Andalus.

Siempre y cuando los musulmanes y judíos se convirtieran al cristianismo, las puertas para la integración estaban abiertas durante la conquista de Al-Andalus por parte de la Monarquía Española Medieval (Galán Sánchez, 2010; Domínguez Ortiz, 2009). La humanidad de las víctimas no se ponía en tela de juicio. Lo que se ponía en duda era la identidad religiosa y la teología de los sujetos sociales. La clasificación social usada en la época tenía relación con una cuestión teológica de tener el «Dios equivocado» o la «religión errada» para estratificar la sociedad en líneas religiosas. En suma, lo que importa aquí es que el discurso de la «pureza de sangre» usado en la conquista de Al-Andalus fue una forma de discriminación religiosa que aún no era plenamente racista porque no ponía en duda de manera profunda la humanidad de sus víctimas.

La conquista del continente americano en relación con la conquista de Al-Andalus: el genocidio / epistemicidio contra pueblos indígenas, marranos, moriscos y africanos. RAMÓN GROSFOGUEL
Cuando Cristóbal Colón presentó por vez primera el documento conocido como «La Empresa de las Indias» al rey y a la reina de la monarquía cristiano-castellana, la respuesta de los reyes fue aceptarla y postergarla hasta después de la conquista de todo el territorio conocido como Al-Andalus. Ordenaron a Colón que esperara hasta la conquista final del «reino de Granada», el último emirato de la Península Ibérica. La idea de la monarquía cristiana de Castilla era unificar todo el territorio bajo su reinado mediante la autoridad de «un Estado, una identidad, una religión» en contraste con Al-Andalus, donde había múltiples Estados islámicos (sultanatos) con «múltiples identidades y espiritualidades dentro de sus fronteras territoriales» (Maíllo Salgado, 2004; Kettami, 2012).

El proyecto de la monarquía cristiana de Castilla de crear una correspondencia entre la identidad del Estado y la identidad de la población dentro de sus confines territoriales fue el origen de la idea del Estado-nación en Europa. La relación entre la Conquista de Al-Andalus y la Conquista del continente americano ha sido subinvestigada en la literatura. Los métodos de colonización y dominación usados contra Al-Andalus se extrapolaron al continente americano (Garrido Aranda, 1980). La Conquista de Al-Andalus fue tan importante en las mentes de los conquistadores españoles que Hernán Cortés, conquistador de México, confundió con mezquitas los templos sagrados de los aztecas.

Además del genocidio de la población, la conquista de Al-Andalus estuvo acompañada de un epistemicidio, es decir, el exterminio del conocimiento. Por ejemplo, la quema de las bibliotecas fue un método fundamental usado en la conquista de Al-Andalus. La biblioteca de Córdoba, que tenía alrededor de 500.000 libros en la época en la que la mayor biblioteca de la Europa cristiana no tenía más de 1000 libros, ardió en el siglo XIII. Muchas otras bibliotecas tuvieron el mismo destino durante la conquista de Al-Andalus hasta la quema final de más de 250.000 libros de la biblioteca de Granada por el Cardenal Cisneros a comienzos del siglo XVI. Estos métodos se extrapolaron al continente americano. Así, sucedió lo mismo con los «códices» y «quipus» indígenas, que eran la práctica escrita usada por los amerindios para archivar sus conocimientos. Miles de «códices» y «quipus» se quemaron también, intentando destruir los conocimientos indígenas en el continente americano. El genocidio y epistemicidio fueron de la mano en el proceso de conquista tanto en el continente americano como en Al-Andalus.

Un proceso similar se dio con los métodos de evangelización empleados contra los pueblos indígenas en el continente americano (Garrido Aranda, 1980; Martín de la Hoz, 2010). Se inspiró en los métodos usados contra los musulmanes en la Península Ibérica (Garrido Aranda, 1980). Fue una forma de «espiritualicidio» y «epistemicidio» al mismo tiempo. La destrucción del conocimiento y la espiritualidad también fueron de la mano en la conquista de Al-Andalus y la conquista del continente americano.

Sin embargo, es fundamental comprender también cómo la conquista del continente americano afectó la conquista de los «Moriscos» (musulmanes conversos) y de los «Marranos» (judíos conversos) en la Península Ibérica en el siglo XVI. La conquista del continente americano ocupó el centro de los nuevos discursos y formas de dominación que emergieron en el largo siglo XVI con la creación del «sistema-mundo capitalista/patriarcal occidentalocéntrico/cristianocéntrico moderno/colonial» (Grosfoguel, 2011). En este punto es crucial la contribución de Nelson Maldonado-Torres cuando dice que el siglo XVI transformó las antiguas formas de clasificación social imperial que existían desde el siglo IV cuando, con Constantino, la cristiandad se convirtió en la ideología dominante del imperio romano. Como señala Nelson Maldonado-Torres:

«... en el siglo dieciséis se trastocan las coordenadas conceptuales que definían la "lucha por el imperio" y las formas de clasificación social en el siglo IV y en siglos posteriores antes del "descubrimiento" y conquista de las Américas.

La relación entre religión e imperio está en el centro de una transformación vital de un sistema de poder basado en diferencias religiosas a uno basado en diferencias raciales. Por eso ya en la modernidad la espíteme dominante no sólo será definida en parte por las tensiones y mutuas colaboraciones entre la idea de religión y la visión imperial del mundo conocido, sino más bien por una dinámica entre imperio, religión, y las gentes que aparecieron en el mundo antes desconocido o creído despoblado por los Europeos (África primero y las Américas después).Es con relación a estas gentes que la idea de raza nace en la modernidad. Las dinámicas entre ideas que giraban alrededor de la relación entre raza, religión, e imperio sirvieron como uno de los ejes más significativos en el imaginario del emergente mundo moderno/colonial.... » (2008ª: 230).

Si los métodos de conquista militares y evangelizadores usados en Al-Andalus para lograr el genocidio y el epistemicidio se extrapolaron a la conquista de los pueblos indígenas en el continente americano, la conquista del continente americano también creó un imaginario racial y una jerarquía racial nuevos que transformaron la conquista de moriscos y marranos en la Península Ibérica del siglo XVI. La conquista del continente americano afectó las antiguas formas de discriminación religiosa medieval contra moriscos y marranos en la España del siglo XVI.

El primer punto que debe enfatizarse en esta historia es que después de meses de navegación por el océano Atlántico, en el momento en que Colón da un paso fuera de la nave escribe lo siguiente en su diario, el 12 de octubre de 1492:

«...me pareció que eran gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió... Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía. Y yo creí y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían».

Esta declaración de Cristóbal Colón abrió un debate durante los siguientes sesenta años (1492-1552). Como sostiene Nelson Maldonado-Torres (2008a), a finales del siglo XV, la noción de Colón sobre «gente sin secta» («personas sin religión») significaba algo nuevo. Decir «gente sin religión» hoy en día significa «ateos». Pero en el imaginario cristiano de finales del siglo XV, la expresión «gente sin religión» tenía una connotación distinta. En el imaginario cristiano, todos los humanos tienen religión.

Como lo señala Nelson Maldonado-Torres:
« Referirse a los indígenas como sujetos sin religión los saca aparte de la categoría de lo humano. Como la religión es algo universal en los humanos, la falta de la misma no denota la falsedad de la proposición, sino al contrario, el hecho de que hay sujetos que no son del todo humanos en el mundo... Los sujetos sin religión no están equivocados, tanto como están, según esta concepción, ontológicamente limitados. Al juzgar a los indígenas como sujetos "sin secta" Colón altera la concepción medieval sobre la 'cadena del ser' y hace posible pensar sobre el 'condenado' ya no en términos exclusivamente cristianos y teológicos sino más bien antropológicos y modernos. A los condenados' modernos les faltará no sólo la verdad, sino también parte fundamental de lo que se considera ser humano. Su falta no es tanto un resultado de su juicio, como un problema mismo de su ser la colonialidad del poder nace así pues simultáneamente con la colonialidad del ser.

... la aseveración de Colón sobre la falta de religión en los indígenas introduce un sentido antropológico del término. A la luz de lo discutido aquí habría que añadir que el sentido antropológico del término está también vinculado a una manera muy moderna de clasificar a los humanos: la clasificación racial.

Con un solo plumazo, Colón lanza el discurso de la religión del ámbito teológico al de una antropología filosófica moderna que distingue entre distintos grados de humanidad con identidades fijadas en lo que luego se conocerá como razas.

Contrario al sentido común contemporáneo, el «racismo de color» no fue el primer discurso racista. El «racismo religioso» («gente con religión» frente a «gente sin religión» o «gente con alma» contra «gente sin alma») fue el primer indicador de racismo en el «sistema-mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal occiden-tocéntrico/cristiano-céntrico» (Grosfoguel, 2011) formado en el largo siglo XVI.

La definición de «personas sin religión» se acuñó en la España de finales del siglo XV y comienzos del XVI. El debate provocado por la conquista del continente americano era si las «gentes sin religión» halladas en los viajes de Colón eran «personas con o sin alma». La lógica del argumento era la siguiente: 1) si no se tiene religión, no se tiene Dios; 2) si no se tiene Dios, no se tiene alma; y 3) si no se tiene alma, no se es humano, sino más cercano a un animal.

El debate convirtió a la «gente sin religión» en «gente sin alma». Este debate racista colonial produjo un efecto boomerang que redefinió y transformó el imaginario dominante de la época y los discursos discriminatorios religiosos del Medioevo.

El concepto de «pureza de sangre» adquirió un nuevo sentido. La «pureza de sangre» dejó de ser una tecnología del poder para vigilar las personas con ancestros musulmanes o judíos en el árbol genealógico con el fin de asegurarse de que él o ella no estuviera fingiendo o aparentando su conversión, como sucedió en la conquista de Al-Andalus en el siglo XV. El significado de la «pureza de sangre» tras la conquista del continente americano con la aparición del concepto de «personas sin alma», cambió de una cuestión teológica sobre profesar la «religión equivocada» a una cuestión sobre la humanidad del sujeto que practicaba la «religión equivocada».

En la práctica, tanto la iglesia como el Estado imperial español ya estaban esclavizando en masa a los pueblos indígenas asumiendo la noción de que los «indios» estaban más cerca del reino animal. El racismo estatal no es un fenómeno posterior al siglo XVIII, sino un fenómeno que surgió desde la conquista del continente americano en el siglo XVI. No obstante, hubo voces críticas dentro de la Iglesia que cuestionaban esta idea y planteaban que los «indios» tienen alma pero eran bárbaros necesitados de ser cristianizados (Dussel, 1979; 1992). Afirmaban que dado que los «indios» tienen alma, es pecado a los ojos de Dios esclavizarlos, y que la tarea de la iglesia debía ser cristianizarlos usando métodos pacíficos. Este fue el primer debate racista en la historia mundial, e «indio» como identidad fue la primera identidad moderna.

Aún cuando la palabra «raza» no era usada en la época, el debate sobre si se tenía alma o no, o sobre si era justificado esclavizarlos o no, ya era un debate racista en el sentido empleado por el racismo científico en el siglo XIX. El debate teológico del siglo XVI sobre si se tenía alma o no, o sobre la justeza de la conquista tuvo la misma connotación de los debates cientificistas del siglo XIX sobre si se tenía la constitución biológica humana o no. Ambos fueron debates sobre la humanidad o la animalidad de los «otros» articulados por el discurso racista institucional de Estado de la monarquía cristiana castellana en el siglo XVI o de los Estados naciones imperiales europeo-occidentales en el siglo XIX. Estas lógicas racistas institucionales de «no tener alma» en el siglo XVI o «no tener la biología humana» en el siglo XIX devinieron el principio organizador de la división internacional del trabajo y la acumulación capitalista a escala mundial.

El debate continuó hasta el famoso debate de Valladolid de la Escuela de Salamanca en 1552. Dado que la teología cristiana y la iglesia eran la autoridad del conocimiento en la época, la monarquía imperial cristiana española puso en manos de un tribunal entre teólogos cristianos la cuestión de la justeza tanto de la conquista como de sus métodos. Los teólogos eran Bartolomé de las Casas y Ginés Sepúlveda. Después de sesenta años (1492-1552) de debate, la monarquía cristiana imperial española finalmente solicitó un tribunal teológico cristiano para tomar una decisión final sobre la justeza de la conquista y la humanidad de los «indios».

Como es bien sabido, Ginés Sepúlveda defendía la posición a favor de la esclavización de los «indios» en el proceso de trabajo sin que esto fuera pecado a los ojos de Dios.

Parte de su argumento para demostrar la inferioridad de los «indios» por debajo de la línea de lo humano, era el argumento moderno capitalista de que los «indios» no tienen sentido de la propiedad privada ni noción de los mercados, porque producen bajo formas colectivas y distribuyen la riqueza con reciprocidad.

Bartolomé de las Casas sostenía que los «indios» son seres con alma pero que estaban en un estado de barbarie que precisaba de la cristianización. Por consiguiente, para Las Casas a los ojos de Dios era pecado esclavizarlos. Lo que propuso fue «cristianizarlos». Tanto Las Casas como Sepúlveda representan la inauguración de los dos principales discursos racistas con consecuencias perdurables que serán movilizados por las potencias imperiales occidentales durante los siguientes 400 años: los discursos racistas biológicos y los discursos racistas culturalistas.

El discurso racista biológico es una secularización cientificista en el siglo XIX del discurso racista teológico de Sepúlveda. Cuando la autoridad del conocimiento pasó en Occidente de la teología cristiana a la ciencia moderna después del Proyecto de Ilustración del siglo XVIII y de la Revolución Francesa, el discurso racista teológico de Sepúlveda que podríamos caracterizar como «gente sin alma» mutó con el ascenso de las ciencias naturales a un discurso racista biológico de «gente sin biología humana» y más tarde a «gente sin genes» (sin la genética humana). Lo mismo sucedió con el discurso de Bartolomé de Las Casas. El discurso teológico de De Las Casas de «bárbaros a cristianizar» en el siglo XVI, se transmutó con el ascenso de las ciencias sociales en un discurso racista cultural antropológico sobre «primitivos a civilizar».

Los «indios» fueron transferidos en la división internacional del trabajo de mano de obra esclava a otra forma de trabajo forzado y coercitivo conocido como la «encomienda». La «encomienda» es una forma de trabajo forzado que se utilizó en la conquista de Al-Andalus donde el encomendero no solamente sometía a trabajo forzado a los moriscos sino que vigilaba su conversión al cristianismo. Este método de trabajo y conversión forzada fue extrapolado contra los indígenas en las Américas.

Es desde este momento que se institucionaliza de manera más sistemática la idea de raza y el racismo institucional como principio organizador de la división internacional del trabajo y la acumulación capitalista a escala mundial. Mientras se ponía a los «indios» en la «encomienda» bajo una forma de trabajo forzoso, los africanos fueron llevados al continente americano como reemplazo de los «indios» en el trabajo esclavo. Esto fue una decisión consciente del imperio español en la época. En ese tiempo se percibía a los africanos como musulmanes, y la racialización de aquellos en la España siglo XVI se extendió a los primeros.

La decisión de llevar cautivos de África para esclavizarlos en el continente americano tenía relación directa con la conclusión del juicio de Valladolid en 1552. Aquí comenzó el secuestro masivo y el tráfico transatlántico de africanos para ser esclavizados en la Américas y que tendría vigencia por los siguientes trescientos años. Con la esclavización de los africanos, el racismo religioso fue complementado o lentamente sustituido por el racismo de color. Desde entonces, el racismo contra los negros se convirtió en una lógica estructurante constitutiva fundacional del mundo moderno/colonial.

El rapto de africanos y su esclavización en el continente americano fue un evento histórico mundial importante y significativo (Nimako y Willemsen, 2011). Millones de africanos murieron en el proceso de captura, transporte y esclavitud en el continente americano. Fue un genocidio a escala masiva. Pero como con los demás casos mencionados anteriormente, el genocidio fue de manera inherente un epistemicidio.

Se prohibió a los africanos en el continente americano que pensaran, rezaran o practicaran sus cosmologías, conocimientos y visiones del mundo. Se los sometió a un régimen de racismo epistémico que proscribió su conocimiento autónomo. La inferioridad epistémica fue un argumento crucial usado para aducir la inferioridad social biológica por debajo de la línea de lo humano. La idea racista a finales del siglo XVI era que los «negros carecían de inteligencia», lo que en el siglo XX se convirtió en los «negros tienen bajos niveles de CI» (CI = coeficiente de inteligencia).

Otra consecuencia del debate sobre los «indios» y el tribunal de Valladolid fue su impacto en los moriscos y marranos en la España del siglo XVI. Los antiguos discursos discriminatorios religiosos medievales islamofóbicos y judeofóbicos contra judíos y musulmanes se transformaron en discriminación racista. La pregunta dejó de ser si la población discriminada por su religión tenía el Dios equivocado o la teología equivocada. El racismo religioso anti indígena que ponía en tela de juicio la humanidad de los «indios» se extrapoló a moriscos y marranos cuestionando la humanidad de quienes oran al «Dios equivocado». Quienes rezaban al «Dios equivocado» eran concebidos como carentes de alma, como «sujetos desalmados», no humanos o sub humanos. De manera similar a los pueblos indígenas en el continente americano, se les expulsó del «reino de lo humano» al describírseles como «parecidos a animales» (Perceval, 1992; 1997).

Esto último representó una transformación radical que va de la inferioridad de las religiones no cristianas (el islam y el judaísmo) en la Europa medieval a la inferioridad de los seres humanos que practicaban dichas religiones (judíos y musulmanes) o de los cristianos que tuvieran ancestros judíos o musulmanes (los moriscos y marranos) en la nueva Europa moderna en surgimiento. Por consiguiente, es como resultado del impacto de la conquista del continente americano en el siglo XVI que la antigua discriminación religiosa europea islamofóbica y judeofóbica antisemita que se remontaba a las cruzadas y antes, se convirtió en discriminación racial.

Este es el efecto boomerang del colonialismo entrando a Europa a redefinir en términos raciales los viejos discursos de discriminación religiosa medieval.

La imbricación entre la jerarquía religiosa global cristiano-céntrica y la jerarquía racial/étnica occidentalocéntrica del «sistema-mundo capitalista/patriarcal occidentalocéntrico/cristianocéntrico moderno/colonial» creados después de 1492, se consolida identificando a los seguidores, practicantes o descendientes de una espiritualidad no cristiana con su racialización como seres inferiores por debajo de la línea de lo humano. Contrario a las narrativas eurocéntricas como la de Foucault (1996), que sitúa la transmutación del antisemitismo religioso a antisemitismo racial en el siglo XIX con la aparición del racismo científico, el racismo antisemita surgió en la España del siglo XVI cuando la antigua discriminación religiosa anti-semita medieval se transmuta con el nuevo imaginario racial moderno producido por la conquista del continente americano. El nuevo imaginario racial mutó el antiguo antisemitismo religioso medieval en antisemitismo racial moderno. Contrario a Foucault, este racismo antisemita del siglo XVI ya se había institucionalizado como racismo estatal biopolítico.

El concepto de «gente sin alma» no se extendió de inmediato a los moriscos. Demoró varias décadas en el siglo XVI para extrapolarse a los moriscos. Fue después de mediados del siglo XVI y, específicamente, durante el juicio de las Alpujarras16 que se llamó a los moriscos «sujetos desalmados». Más aún, después de mediados del siglo XVI, como consecuencia de su clasificación como «sujetos desalmados», se esclavizó masivamente a los moriscos en Granada. Pese a la prohibición de la iglesia cristiana de esclavizar cristianos y personas bautizadas como cristianos, los moriscos (musulmanes convertidos a la cristiandad) fueron esclavizados (Martín Casares, 2000).

Ahora la «pureza de sangre» se asociaba con «sujetos desalmados» tornando irrelevante la cuestión de cuán asimilados a la cristiandad estuvieran. Su ser mismo se puso en duda, volviendo sospechosa su humanidad. De ese modo, de allí en adelante no se les consideraría verdaderos cristianos ni iguales a los cristianos. El racismo antimorisco se intensificaría durante la última parte del siglo XVI hasta su expulsión masiva de la Península Ibérica en 1609 (Perceval, 1992; 1997; Carrasco, 2009).

En suma, la conquista del continente americano en el siglo XVI extendió el proceso de genocidio/epistemicidio que comenzó con la conquista de Al-Andalus a nuevos sujetos, como los pueblos indígenas y los africanos, mientras que en forma simultánea intensificó mediante una nueva lógica racial el genocidio/epistemicidio contra poblaciones cristianas de origen judío y musulmán en España.

La conquista de las mujeres indoeuropeas: genocidio/epistemicidio contra las mujeres. RAMÓN GROSFOGUEL
Hay un cuarto genocidio/epistemicidio en el siglo XVI que no suele relacionarse con la historia de los tres genocidios/epistemicidios antes descritos. La obra seminal de Silvia Federici (2004) es una de las pocas excepciones. Si bien la obra de Federici no conecta estos cuatro procesos en relación con el genocidio/epistemicidio, por lo menos enlaza la caza de brujas contra las mujeres en los siglos XVI/ XVII con la esclavización de los africanos y la conquista del continente americano en relación con la acumulación global capitalista; en particular, con la formación «primitiva» del capitalismo, es decir, la «acumulación primitiva» de capital. Su obra se centra en la economía política más que en estructuras de conocimiento. Sin embargo, su contribución es crucial para comprender la relación entre el genocidio/epistemicidio de las mujeres y los demás genocidios/epistemicidios del siglo XVI.

Se trata de la conquista y el genocidio de las mujeres en tierras europeas, que transmitían el conocimiento indoeuropeo de generación en generación. Estas mujeres dominaban el conocimiento indígena desde épocas antiguas. Su conocimiento cubría diferentes áreas, como astronomía, medicina, biología, ética, etc. Estaban empoderadas por la posesión de un conocimiento ancestral y su rol principal en las comunidades estaba en ser líderes y organizadoras de formas de organización económica, política y social similares a las comunas. La persecución de estas mujeres comenzó a finales de la época medieval, pero se intensificó en los siglos XVI y XVII (el largo siglo XVI) con el auge de las estructuras de poder «modernas/coloniales capitalistas/patriarcales».

fueron quemadas vivas bajo acusaciones de brujería en el periodo moderno inicial. Debido a su autoridad y liderazgo, el ataque contra estas mujeres era una estrategia para consolidar el patriarcado cristiano-céntrico y para destruir las formas comunales de propiedad de la tierra. La inquisición estuvo a la cabeza de esta ofensiva. La acusación era un ataque contra millones de mujeres, cuya autonomía, liderazgo y conocimiento amenazaban la teología cristiana, la autoridad de la iglesia y el poder de la aristocracia, la cual se había convertido en una clase capitalista transnacional en las colonias, así como en la agricultura europea.

Para ver un análisis de la transformación de la aristocracia europea en clase capitalista en relación con la formación del sistema-mundo moderno, véase la obra de Immanuel Wallerstein (1974).

Silvia Federici (2004) sostiene que esta cacería de brujas se intensificó entre 1550 y 1650. Su tesis es que la caza de brujas contra las mujeres en territorio europeo tenía que ver con la acumulación primitiva durante la expansión capitalista temprana para la formación de la reserva de mano de obra para el capitalismo global. Ella enlazó la esclavitud africana en el continente americano con la cacería de brujas en Europa como dos caras de la misma moneda: la acumulación de capital a escala mundial necesitada de incorporar mano de obra para el proceso de acumulación capitalista. A fin de lograr esto, las instituciones capitalistas usaron formas extremas de violencia. Según Federici hay una serie de fenómenos que están ausentes en la obra de Marx, pero que sin embargo son importantes para entender la acumulación capitalista:

- El desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que somete el trabajo femenino y la función reproductiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo.

- La construcción de un nuevo orden patriarcal, basado en la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su subordinación a los hombres.

- La mecanización del cuerpo proletario y su transformación, en el caso de las mujeres, en una máquina de producción de nuevos trabajadores.

Contrario al epistemicidio contra los pueblos indígenas y musulmanes donde se quemaron miles de libros, en el caso del genocidio/epistemicidio contra las mujeres indoeuropeas, no hubo libros que quemar, puesto que la transmisión del conocimiento se hacía de generación en generación mediante la tradición oral.

Los «libros» eran los cuerpos de las mujeres y, por ende, de manera similar al destino de los «libros» andalusíes e indígenas, sus cuerpos fueron quemados vivos.

Consecuencias de los cuatro genocidios/epistemicidios para las estructuras de conocimiento globales: la formación de estructuras epistémicas/sexistas. RAMÓN GROSFOGUEL
Los cuatro genocidios/epistemicidios del largo siglo XVI antes analizados crearon estructuras de poder y epistémicas raciales/patriarcales a escala mundial imbricadas con los procesos de acumulación global capitalista. Cuando en el siglo XVII, Descartes escribió «yo pienso, luego existo» desde Ámsterdam, en el «sentido común» de los tiempos, ese «yo» no podía ser africano, indígena, musulmán, judío ni mujer (occidental o no). Todos estos sujetos ya eran considerados «inferiores» por toda la estructura de poder racial/patriarcal global del sistema-mundo, y sus conocimientos eran considerados inferiores como resultado de los cuatro genocidios/epistemicidios del siglo XVI. El único que quedaba como epistémicamente superior era el hombre occidental. Los cuatro genocidios/epistemicidios son constitutivos de las estructuras epistémicas racistas/sexistas que produjeron el privilegio epistémico y la autoridad de la producción de conocimiento del hombre occidental y la inferioridad del resto de la humanidad

Las universidades occidentalizadas internalizaron desde su origen las estructuras epistémicas racistas/sexistas creadas por los cuatro genocidios/epistemicidios del siglo XVI. Tales estructuras de conocimiento eurocéntricas se volvieron parte del «sentido común».

Cuando la universidad occidentalizada se transformó a finales del siglo XVIII de universidad teológica cristiana a universidad secular kantiana/humboldtiana usó la idea antropológica kantiana de que la racionalidad estaba encarnada en el hombre blanco al norte de las montañas de Los Pirineos, clasificando a la Península Ibérica dentro de la esfera del mundo irracional junto con los pueblos negros (África), rojos (indígenas en las Américas) y amarillos (Asia). Las personas con «falta de racionalidad» (incluidas todas las mujeres del mundo) estaban epistémicamente excluidas de las estructuras de conocimiento de la universidad occidentalizada. Es a partir de este supuesto kantiano que se fundó el canon de pensamiento de la universidad occidentalizada moderna.

Cuando el centro del sistema-mundo pasó de la Península Ibérica a la Europa noroccidental a mediados del siglo XVII, después de la guerra de los treinta años donde los holandeses derrotaron a la Armada Española, el privilegio epistémico pasó junto con el poder sistémico de los imperios desde la Península Ibérica hacia los imperios europeos noroccidentales. La visión antropológica racista de Kant en el siglo XVIII que ponía las montañas de los Pirineos como una línea divisoria al interior de Europa para definir la racionalidad y la irracionalidad apenas sigue este desplazamiento del poder geopolítico que surge en el siglo XVII. Kant aplicó a la Península Ibérica en el siglo XVIII las mismas opiniones racistas que la península Ibérica aplicara al resto del mundo durante el siglo XVI. Esto es importante para comprender por qué los portugueses y los españoles también se encuentran fuera del canon de pensamiento en la universidad occidentalizada de hoy pese a haber sido el centro del sistema-mundo en el siglo XVI. Desde finales del siglo XVIII, sólo hombres de cinco países (Francia, Inglaterra, Alemania, Italia y los EE.UU.) son quienes monopolizan el privilegio y la autoridad del conocimiento en la universidad occidentalizada.

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